Los Reyes Magos

 

Estampa 5 y última

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 Yo creí en los Reyes Magos hasta los siete años. La yaya me llevaba a ver la Cabalgata y me lo tragaba todo: el rey negro pintado, que la mamá cosiera en mi presencia los vestidos de las muñecas que me iban a echar SS Majestades, que el papá llegara esa misma noche de viaje con una canastilla y un muñeco que me habían dejado en Madrid.

Creer es creer y no me percataba de las evidencias.

Ahora que lo mejor fue cuando ya no creí y entonces me encargaba con el papá de preparar en la cocina los regalos de los Reyes, primero para Iñaki y luego ya para Kiko también.

El papá siempre hacía un montaje con los juguetes. Nada de envueltos en papel y con lazos. Esa moda no la conocíamos. Los indios se desperdigaban por el suelo de la cocina, encima de una banqueta el fuerte apache, más allá una construcción con las piezas de la arquitectura de madera y bueno, si tocaban los Juegos reunidos de Geyper nos pasábamos un buen rato haciendo dar vueltas a la bolita en la ruleta.

El no va más fue el año que trajeron el Scalextric, aquello sí que era hacer un montaje. Aunque luego guardo más el recuerdo de los enfados que se cogía el papá porque los chicos no le dejaban jugar cuanto él quería. ¡Siempre un niño!

¿Qué me dejaban a mí? A estas alturas de la película creo que algún libro de la colección Historias y no sé, poca cosa más.

Los tiempos del Scalestric ya eran avanzados y con los avances hasta los Reyes anunciaron su llegada a casa.

Los Reyes de los Escolapios iban a venir a entregar los regalos a los chicos. La mamá compró pasteles para obsequiar a SS Majestades. Y allí estuvimos, las ocho, las nueve, las diez, hasta las once esperamos y no aparecieron así que nos comimos los pasteles y a la cama. ¡ Qué bochorno cuando al rato sonó el timbre y allí los teníamos! Los Reyes Magos en casa y nosotros en pijama, sin pasteles y ellos mientras tanto dando palmadas cariñosas en la mejilla de Kiko..

De todas formas ya nadie creía en los Reyes. Cómo iban a creer si un año en los días previos a Reyes nos los encontramos jugando tan campantes con la gasolinera que les iban a echar. Cada día cuando nos ibamos a la compra ellos la sacaban del armario de los papás, jugaban y vuelta al armario, Ellos decían que creían pero les pillamos «in fraganti» y ya se acabaron los cuentos.

La ilusión por los Reyes volvió con Paula, años después. Claro que a Paula ya le dejaban enormes supermercados, muñecas Nancy y hasta la bici. Nosotros que la bici ni la  olimos en nuestra infancia, sólo cuando los Turrillas nos dejaban la suya para dar una vuelta, tuvimos el placer de ver a Paula ilusionada  descubrir la bici el día de Reyes. Ya no estábamos en la calle Olite sino en Yarte y ya sólo había una niña. Nosotros ya eramos «mayores»

 

 

I

Navidades con música.

 

Estampa 4

 

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Ya tenemos un tocadiscos portátil y poco a poco van apareciendo por la calle Olite discos pequeños que compra el papá. ¡Claro!  Llegan José Guardiola, las ranchera de Miguel Aceves Mejía, Renato Carosone y cómo no hay algún disco de villancicos.

La magia de la aguja y el girar del disco me tiene absorta sobre todo si el disco en vez del negro habitual luce un color amarillo vistoso.

En Navidad el papá coloca el tocadiscos en el suelo del comedor donde también está instalado el  Belén y nos animamos cantando y bailando Campana sobre Campana o la Virgen va caminando.

En casa se canta mucho y en estas fechas no pueden faltar los villancicos. Hasta la yaya se anima y nos canta el de Madre en la puerta hay un Niño que ya he mencionado anteriormente.

Iñaki y yo compartimos estas experiencias.

No hay televisión.

Kiko y Paula están por llegar.

El sol de los lobos

 

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Así llamaba la yaya a este sol engañador de los fríos días de diciembre o enero resplandecientes de sol y cielo azul, cuando buscas una esquina soleada para que el sol te bañe con su luz y , si es posible, te caliente los huesos. Pero es inútil, nada de calor en tu cuerpo, ni vitalidad en tu alma; éste es «el sol de los lobos».

Me he acordado hoy de él porque al mediodía , después de acabar con las apresuradas compras para el fin de año, he salido de casa bien abrigada a buscar un rincón soleado donde cargar mis pilas. Lo he encontrado y me he dado un paseo bajo el sol.

Me he sentado un ratito en un banco a leer esta novela de Luis Landero que me está gustando tanto: «El balcón en invierno». Yo que ando metida en estos mis recuerdos disfruto al leer a este novelista que nació en 1948 y en este libro repasa sus recuerdos de infancia y adolescencia en aquellos años 50 de pobreza de todo, material y de ideas.

El calor, como se ve, me ha venido de las palabras de Luis Landero, porque del sol nada. Es inútil, este sol no tiene fuerza así que me ha venido mejor al abrigo del Koldo y seguro que los griegos clásicos o el mismo Luis Landero me darán más energía que este tibio sol de fin de año.

En mi Pamplona la yaya tenía localizados todos los rincones donde llegaba mejor el sol en cada estación del año, bueno el sol o la sombra, si era verano.

En el caso del crudo invierno el mejor sitio para asolearse era la acera de los Salesianos, camino de la Media Luna. Allí salíamos después de comer, como he hecho yo hoy con la diferencia de que la yaya me abrigaba como para ir al Artico, con pasamontañas, bufanda y manoplas.

Acudían también sus amigas con sus nietos y así la acera de los Salesianos se convertía en el parque de invierno, alternativo al de Sarasate en la Media Luna donde nos instalábamos en verano.

En casa, sentada al amor de la lumbre del brasero, la yaya escrutaba la llegada de los primeros rayos de sol iluminando las baldosas blancas de la cocina. Pasado enero era ya en los primeros días de febrero cuando los tímidos rayos de sol llegaban a la cocina. Para ella era un motivo de alegría y un entretenimiento ver avanzar los rayos de sol por la cocina.

Hoy ya con tanto Aemet, Euskalmet y todos nuestros conocimientos y nuevas tecnologías adivinamos el frío en los anticiclones de los mapas del tiempo y muchas veces permanecemos ajenos a señales que antes teníamos bien en cuenta.

Todo mi cariño hoy para la yaya, tan lejana ya en el tiempo y tan presente en estos recuerdos. La todopoderosa yaya. Un emocionado recuerdo.

El frío helador

 

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Yo siempre he alardeado en Donosti, sobre todo ante mis alumnos,  de que prefiero «el frío helador» de Pamplona que te congela las orejas, al hueco viento sur de aquí que me deja la cabeza despotenciada..

Y tengo frío. Me pongo bata gorda y acerco la silla a la calefacción.

Vuelvo a mi Pamplona del alma cuando en invierno salía hacía el cole y me entretenía rompiendo el hielo de los charcos y «abrigada» con unas medias hasta la rodilla ¡ Qué frío! saltaba feliz de charco en charco.

No recuerdo si había calefacción en el cole, cuando todavía estaba en el edificio de la Media Luna, creo que no. Imagino que el calor humano era lo que caldeaba la clase. En el nuevo cole de la Avda. Galicia sí había calefacción pero de cualquier forma como las monjas eran tan económicas la encendían poco.

Ahora que para soluciones al frío, las de mi casa y las de tantas otras de entonces, supongo.

Cuando volvía de mis correrías por la calle con manos y pies helados la mamá metía mis zapatos en el horno y me calzaba unas zapatillas de paño muy calentitas.

Eran aún tiempos de cocina «económica»· junto a la que estaba la carbonera que me provocaba escalofríos de miedo al levantar la tapa y descubrir su fondo negro de oscuridad y de carbón.

Otro día contaré cómo el carbonero con un saco protegiendole la cabeza subía a casa los sacos de carbón. Era el carbonero de la calle Olite que contaba para la distribución del carbón con un carro y un burro que nos amenizaba la calle todas las mañanas con sus rebuznos.

Sobre la chapa de la cocina podía haber variedad de utensilios: siempre presente el puchero negro y panzudo del café al que la mamá era adicta, algún otro puchero de Dios sabe qué y a veces las planchas de hierro, cuando aún no había llegado a casa la eléctrica.

Otro gran invento contra el frío era el brasero. La yaya siempre estaba sentada en la mesa camilla al calor del brasero y me invitaba a jugar a la brisca con ella.    ! Qué aburrimiento¡ Con un poco de suerte la yaya me decía: «Dale vuelta al brasero» y entonces yo asomaba la cabeza entre las faldas de la camilla, cogía la paleta y amontonaba bien las cenizas entre los rojos brillos de las brasas. El brasero estaba protegido por una especie de jaula metálica sobre la que a veces, cuando era imposible secar la ropa debido a las heladas, colocábamos unos calcetines para que se secarán rápido. A veces en un descuido se chamuscaban un poco las faldas y entonces la yaya ponía el grito en el cielo por lo descuidadas que eramos.

Cuando me cansaba de mesa camilla me sentaba encima de la mesa de la cocina y repasaba las lecciones de Geografía: que si la Lora, la Tierra del Pan, la Tierra del Vino y la mamá cual Licenciado Vidriera me tomaba las lecciones.

Escuchábamos la radio, la yaya rezaba el Rosario, mientras la mamá seguía los episodios de Matilde, Perico y Periquín y yo, si había suerte podía escuchar algún cuento radiado como «Garbancito» o «El gallo Quirico».

Cuando llegaba la hora de ir a la cama la yaya a lo largo de los años tuvo distintos métodos para calentar la cama.

El más antiguo creo que fue el ladrillo calentado en el horno y envuelto en un paño directo a su cama.

Luego vinieron las botellas de gaseosa rellenas de agua caliente y lo más moderno que conocí en aquella casa fue el calorifero metálico recubierto de una tela de pana que se enchufaba, se calentaba y ale a la cama. Yo creo que del ladrillo a este método eléctrico ya había bastante avance. Aunque avance fue usar bolsas de goma, las de toda la vida, que por la razón que fuera a mi mundo llegaron bastante tarde.

A mí lo que más frío me daba era salir de la cocina calentita para ir al baño. Frío y miedo porque salías al pasillo oscuro y helado. Ya en el baño, cuando te bajabas las bragas se te encogían las piernas y congelaba el pipí.

!Ah! También me daba un frío helador que la mamá me dijera: «Maite sal al balcón y coge la ropa de la cuerda que está helando» y efectivamente helaba porque cogía de la cuerda pantalones y camisas tiesas como maniquís.

El no va más del frío helador era cuando se congelaban los estanques de la Media Luna. Si la helada era importante entonces nos arriesgábamos a entrar en el estanque grande, el del surtidor y los peces, y hacíamos unos amagos de deslizarnos, con mucho cuidado y mucho miedo.

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Eran muy fríos los inviernos de Pamplona, de pasamontañas y bufanda tapándote la nariz pero yo sobre todo recuerdo aquella cocina caldeada y cómo pasaba la mano por los cristales del balcón para quitar el vapor y poder ver las palomitas al saltar la lluvia sobre los charcos del patio.

Frío helador y calor en el corazón

Estampas de Navidad

 

Estampa 3.- Navidades con Paula

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Tengo que hacer un salto en el tiempo para poder escribir de «Navidades con Paula» porque ella nació a principios de los años 70 cuando sus hermanos ya eramos mayorcitos, sobre todo yo, 21 años, Iñaki 16 y Kiko 11.

En otra entrada contaré cómo fue el nacimiento de esta niña que se convirtió en el ojito derecho del papá y en el centro de los amorosos cuidados de la mamá.

Pero ahora vamos a las Navidades con Paula, cuando ella tiene 4 ó 5 años.

Los tiempos han cambiado. Ya no vivimos en la calle Olite, sino en un estupendo piso grande y soleado del barrio San Juan.

El pino se ha convertido en el protagonista de los adornos navideños. El Belén ha reducido su tamaño y para escuchar villancicos contamos ya con un estupendo equipo de música que Iñaki ha instalado en el cuarto que llamamos «de la música».

Bueno, escuchamos pocos villancicos y  mucho a Bob Dylan, Atahualpa Yupanki o los Calchakis. La música suramericana está en auge.

La música suena todo el día en casa. Los villacicos, ya más que escucharlos en disco  los cantamos a voz en grito. Cada uno con su tema, Paula con » Campana sobre campana «, la mamá con » Ay del chuirriquitín» y yo ya empiezo con el euskera osea que no falta «Olentzero joan zaigu» o «Haurtxo txikia».

Mucho cántico que Paula a veces acompaña con una pandereta. Igual esto sólo es el preludio de que esta nueva hermana acabará con los años siendo profesionalmente cantante. Cantante soprano.

La ilusión navideña ha renacido entre nosotros al tener una niña en casa.

El día de Nochebuena Paula está nerviosa y emocionada y mientras la mamá se afana en la cocina Paula y yo nos dedicamos a buscar ropa adecuada y con papeles de celofán y todo lo que pillamos la niña se convierte en un ángel o en una princesita, lo pasamos muy bien

Sí, la mamá en la cocina, porque es la noche del cardo, las croquetas, la merluza cocida, la mahonesa hecha a mano, rica rica y por fin el pavo.

Turrones? Ahora ya hay de todos y mazapanes de Soto, muchos, que son los que le gustan al papá.

Haga el frío que haga a eso de las 7, bien abrigaditas, salimos a ver el Olentzero que sale de los Capuchinos y recorre todo Carlos III hasta la Plaza Castillo, allí los chicos toman unos vinitos y volvemos a casa más que contentos.

Ya es de noche. Se instala la mesa grande del comedor para la ocasión con bonito mantel y vajilla de día de fiesta y aquí viene mi recuerdo más desagradable.

El papá con un «no me cambies ese programa de la tele» se enfada con nosotros, con los chicos sobre todo que dicen que «lo mejor es apagar la tele».

Ya estaba armada la Marimorena y la Paulita «ojiplática» porque no había manera de explicarse cómo habíamos pasado en un minuto de la alegría navideña al papá enfadado, la mamá llorando en la cocina porque la pobre no puede entender que por un «dame el mando» se monte este follón.

Al final los chicos transigen, cenaremos con la tele, yo voy a la cocina y consuelo a la mamá y al cabo de 15 minutos reiniciábamos la cena como si no hubiera pasado nada.

Disfrutábamos de la cena en familia, brindábamos y bien contentos cantábamos el villancico «talismán» el que siempre cantaba la yaya:

Madre en la puerta hay una niño

mas hermoso que el sol bello

preciso es que tenga frío

porque está desnudo en cueros

Anda dile que entre, se calentará

porque en esta tierra

ya no hay caridad.

Entró el Niño y se sentó

calentándose estaba

Preguntole la patrona

de qué tierra y de qué patria.

Soy de lejas tierras

mi Madre es del cielo

y anda por la tierra.

                                   

 A Paula le gustaba mucho este trajín y sobre todo sentirse tan querida como      realmente lo era.

Ahora, mi querida Paula, completa tú con tu punto de vista. Eres la protagonista de esta historia y  es tu Navidad.

Con mucho cariño de tu hermana Maite

Estampas de Navidad

 

Estampa 2.- EL BELÉN

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¡ Ya es hora de poner el Belén! Ya está el papá en casa para dirigir la operación y las obras hidraulicas del río, la noria, el molino y el estanque de los patos.

Elementos

Musgo y acebo.- Los compra la mamá en el Mercado, el musgo bien verde y frequito y el acebo a ser posible bien lleno de bolitas rojas. Llegan a casa envueltos en papel de periódico y ya hay que ponerse manos a la obra.

Cesta con las figuras del Belén.- Esta cesta pasa todo el año en el estante más alto del «cuarto oscuro». LLegado el momento el papá se encarama y la baja y al abrir la tapa allí las tenemos, envueltas también en papel de periódico, las figuras del Belén, las casitas, el Palacio de Herodes, los trozos de corcho que formarán el portal y los riscos, el pliego de papel azul del cielo y las estrellas.

¡Ya lo tenemos todo! ¡Al comedor!

Las figuras son muy bonitas. La mamá las ha ido comprando en una tienda de la calle Chapitela, Casa Lange y ya contamos con la pastora con la gallina colgando, la lavandera, el pastor que lleva miel, el que toca la zambomba, a parte claro de las del Nacimiento y los Reyes.

Entre miles sería capaz de identificar las figuras de aquel Belén que pasaron los años guardadas en la misma cesta siguiéndonos en los traslados de domicilio.

A la calle Arrieta aún llegaron porque el papá, que ya era abuelo, montaba un pequeño Belén en el mueble de la entrada. Posteriormente no se qué fue de la cesta.

Montábamos el Belén al estilo clásico. Primero arrimamos la gran mesa del comedor a la pared. La cubrimos para proteger la madera con bien de periódicos. (me estoy percatando de que bien aprovechábamos los periódicos)

Ya empezábamos a colocar el musgo, bien distribuido y con el corcho armamos el portal y los riscos tras los que colocaremos el Palacio de Herodes.

Con arena o piedrecitas trazamos los caminos y el tema de aguas como el río o estanque de los patos lo solucionamos con trozos de espejo rotos. No había tanto papel de aluminio.

Sobre el portal el Ángel que era muy bonito pero se empeñaba en caerse.

En un extremo los Reyes Magos a los que cada día haremos avanzar un pequeño tramo.

¿Qué falta? Lo que más ilusión nos hace, la nevada, la nevada de harina y lo que más le gusta al perito en luces, el papá, conseguir bien los empalmes de las tiras de bombillitas multicolores.

Ya no estoy sola, en estas tareas me acompaña mi hermano Iñaki, después se uniría Kiko que por cierto en el tema Belenes merece una entrada a parte: el Belén de los Escolapios.

Y así era. No había llegado ni el espumillón, ni las bolas plateadas y doradas, ni los lazos. ni el árbol.

Es que no hay nada, sólo un Belén.

Estampas de Navidad

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La Navidad de mi infancia se resume en Estampas fijas.

Estampa 1.- NOCHEBUENA

En la cocina de la calle Olite la yaya, la mamá y yo. Se escucha la radio, en la emisora en que emiten «»Matilde, Perico y Periquín» hoy suenan sin parar villancicos.

Yo permanezco sentada en un banco observando el ajetreo.

En la cocina de leña la yaya se afana en la chapa aderezando el cardo (que recibía de Peralta) y una sopa que ella llamaba «»la sopa cana».

La mamá prepara en el horno dos posibles platos: o el pollo asado o el besugo aderezado al estilo madrileño, eso decía ella. Colocaba el besugo sobre un lecho de patatas luego le hacía unas incisiones en las que colocaba rodajitas de limón.¡Qué cosa más rica! Yo prefería el besugo.

Los dulces solían ser guirlaches y mazapanes de Soto, piñones y peladillas..

Las copas, anís o moscatel para las mujeres y coñac para el papá.

Nada de vinos de aguja, ni vinos de aguja, ni champanes de marca, ni Cointreau, ni Baileys. Nada de nada.

El verdadero protagonista de esta estampa es el que no está en estos momentos en la cocina, EL PAPA.

Pobre papá, por las carreteras con el camión. La radio anuncia nevadas en la Meseta. La mamá tuerce el gesto. ¿Cuándo llegará? ¿Habrá tenido avería? ¿Habrán cerrado el puerto?

Hasta el ultimísimo momento no se desvelaba el misterio.De repente se abría la puerta de la caldeada cocina y con el aire helador del pasillo entraba la enorme figura del papá, abrigado con su chaqueta de cuero y siempre con algo entre las manos: unas mantecadas de Soria o unas yemas.

Y ya juntos cenábamos contentos en Nochebuena, cuando como ya he dicho antes no había nada de nada. Ni televisión, ni espumillones, ni Papa Noel. Lo que sí había es cariño e ilusión.

 

 

Bibliotecas

 

Mi Biblioteca actual es el Koldo Mitxelena en San Sebastián. Libros al alcance de la mano, posibilidad de préstamo.

En el Fondo de Reserva me facilitan la Gramática griega o los textos de la Ilíada o bien libros cuya edición ya se remonta en los años.El único requisito para disfrutar de estos fondos es tener el carnet de usuaria.

Volvamos atrás, de nuevo al colegio de la niña que leía en alto en las clases de costura. La niña, ya adolescente, quería leer más y entonces se tenía que dirigir a la Hermana Leonor que era la que tenía la llave del armario al que llamaban Biblioteca.

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La Biblioteca dichosa era sencillamente un armario empotrado normal y corriente lleno de libros. Se podía elegir: “La vida sale al encuentro” o “El diario de Ana María”, o el de Daniel, es decir cualquiera de los de aquel autor apellidado Martín Vigil que era el preferido en todos los colegios de curas y monjas.

Yo lo que quería realmente leer era, por ejemplo “Lucrecia Borgia”, que estaba prohibidísimo para nosotras o Sinuhé el egipcio, también en la lista de los no aptos

Los conseguía por otros medios. Así que leía a escondidas, con el libro colocado bajo la tapa del pupitre o en el silencio de la noche, en casa, en el comedor, cuando ya incluía los libros en mi «ajuar portátil».

Así leí el mencionado de Lucrecia Borgia que efectivamente tenía algunos capítulos, como los del caballo, que te producían un cosquilleo entre las piernas. Leí por fin  “Sinhué el Egipcio” o “La ciudadela»

Leer, leer ha sido siempre mi gran pasión desde que compraba baratas las novelas de Plaza y Janés con mis primeros sueldos y leía a Pearl S. Buck , Grahan Green o Stefan Zweig.

 

Ahora ya compro pocos libros porque  todos están al alcance de la mano en los estantes de las Bibliotecas..

 

 

 

 

Mi hermana Paula

 

 

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Paula nació para ser «princesa», la princesa de «Margarita está linda la mar….» que yo tantas veces le recitaba.

Una princesa rubia y angelical de portentosa voz y sentimientos a flor de piel. Sí, también con un genio potente y una tendencia a encerrarse en el cascarón cuando le agobian los problemas.

Paula tenía 13 años cuando murió la mamá y desde entonces contó aún más con el cariño incondicional del papá, el mio por supuesto y el de Iñaki y Patxi.

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Era un poco la niña de todos pero ella se marcó un rumbo y lo siguió hasta el final, hasta llegar a Madrid y ser soprano del Coro de RTVE.

Allí conoció a su gran amor: Ramón. Una trágica enfermedad se lo arrebató en dos años . Dos años de lucha y sufrimiento al que ella se entregó sin reservas.

Su duelo ha sido duro, muy duro.

Ahora ha encontrado el cariño de Alex y vuelve a sonreir y siento que su corazón encogido se esponja de nuevo acompañada de este hombre inusual que es Alex.

Cariñoso e imaginativo, buscándose la vida y en su búsqueda la ha encontrado a ella, y eso sí que es encontrar un tesoro.

Suerte a los dos

 

El Papá

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Papá hoy es el hombre al que abracé emocionada la semana pasada y al notar que yo lloraba me decía: “No llores bonita, no llores bonita” y yo aún lloraba más al sentir toda la ternura que todavía puede transmitir este hombre cuya cabeza ha sido arrebatada por el Alzheimer totalmente y sin embargo sus emociones y su carácter alegre aún salen a flote cuando ve a sus hijos o a su amada Margari.

Esta semana iré de nuevo a Pamplona a verle y voy a llevarle a Carlos III para que vea las luces de Navidad y abra sus enormes ojos azules admirando las luces de colores y siendo lo que siempre ha sido: un niño.

El papá también nació el año 1927 como la mamá.

Nos contaba muchas cosas de su infancia: que fue alumno de las escuelas de la Salle y lo trasto que era y cómo durante los años de la guerra él y su pandilla solucionaban a veces el hambre robando fruta de las huertas de las monjas y cosas así.

Su familia la componían su madre, la yaya Teresa, su padre Cándido y su hermana Teresa a quien debo el nombre.

El abuelo, su padre, murió en guerra, nunca se habló ni se aclaró cómo.

Después de la guerra la yaya se instaló en Pamplona en un piso de alquiler en la calle Olite y allí se produjo el segundo drama de esta familia: la tía Teresa muere víctima de la tuberculosis.

Sabemos que en guerra y postguerra la mala nutrición hizo estragos y parece que la tía Tere era muy tiquis miquis para comer, vamos que igual no era capaz de comer gato por liebre como había hecho la mamá en Madrid, aunque no creo que en Pamplona se pusieran las cosas tan difíciles como en la capital.

Murió su hermana y papá se convirtió en «hijo único» cosa que la mamá siempre le reprochaba por lo mimado y consentido que le tenía la yaya y porque siempre que había conflictos familiares la yaya se ponía de su lado.

Papá era muy guapo y las fotos lo recogen: alto, grandes ojos azules, pelo claro ondulado, todo un galán que es fácil enamorase a la mamá en una de sus incursiones por Madrid donde ella vivía. Aunque según la versión de la tía Feli se conocieron en San Sebastián en un baile del Monte Igueldo.  La tía nos dejó el mes pasado y ya no podré preguntárselo.

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Tengo varias fotos de los dos cogidos del brazo paseando por el Retiro, hacían muy buena pareja y se les veía jóvenes e ilusionados.

Mimado? No sé, con pocos años, a los 15 lo envió  interno a un colegio de huérfanos.

Yo no sé cuántos cursos pasó el papá en aquel colegio pero desde luego alguna formación básica le dieron porque su caligrafía ha sido muy buena, lo mismo que su expresión escrita y ya no digamos nada de la expresión oral aunque creo que esa ya la traía en los genes. Yo no le aguantaba cuando se ponía «redicho».

La mamá conservaba medio escondidas en el tercer cajón de su comodín las cartas que papá le escribió durante el noviazgo y ¡Madre mía, qué cartas! llenas de piropos, de cariño, de ilusión. Yo me las leía enteritas sentada en el suelo de su cuarto y nunca me pillaron.

Se casaron en Madrid el 15 de enero de 1951 en la iglesia de San José. La mamá iba preciosa con un traje blanco que le había confeccionado la tía Feli al estilo Grace Kelly, que era lo que se llevaba en aquel momento .

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La misma tía Feli me contaba que la iglesia estaba adornada con multitud de flores porque la boda anterior a la de los papás había sido la de unos “ricos”. Ni qué decir tiene que ellos eran  pobres, pobres sí, pero muy bien decorados.

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Ese mismo año nací yo, 1951, el año en que se acabó con las cartillas de racionamiento

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Ya en Pamplona el papá inicia su recorrido por los más variados trabajos.

Primero estuvo de repartidor en una fábrica de gaseosas.

Posteriormente pasó a colocarse como chófer de camión en Transportes Iraizoz de la calle Bergamín.

Realizaba rutas por toda España transportando chatarra, naranjas o lo que se terciase. Los camiones de entonces había que verlos, yo recuerdo sobre todo un antiquísimo Man gris. Tampoco las carreteras eran las de ahora, cada viaje era una aventura sobre todo en invierno y más si nevaba. Cuando los viajes eran largos iba con compañero y se turnaban al volante.

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Siempre venía de los viajes con algún presente: botellas de leche de Almazán, o yemas, naranjas si venía de Valencia y también se traía sus últimos caprichos: la maquinilla de afeitar, una motocicleta….

Después de bastantes años dejó el camión y como conducía muy bien se colocó de profesor en una auto-escuela, aún recuerdo su nombre: Auto-Escuela TXIKI-POLIT.

Creo que es por esta época cuando empezó a encargarse de la distribución de la prensa de Guipúzcoa en Navarra. Los periódicos eran » La Voz de España” y “Unidad” este último vespertino. Compró una camioneta y contrató un chófer, José Mari Esparza. Era un viaje  «mundial » en el que iba echando paquetes de periódicos por los pueblos de la carretera: Betelu, Lecumberri, Arriba Atallo….

Yo sabía muy bien cómo era este viaje porque yo ya trabajaba en San Sebastián y algunos viernes cuando no llegaba a tiempo a coger la Roncalesa volvía con José Mari y la verdad no sé qué viaje era peor el del autobús o el de la camioneta.

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                  Excursiones los domingos en la camioneta de Unidad

Cuando dejó la auto-escuela se ilusionó con el tema de la Publicidad. Realizó unos cursillos y obtuvo la acreditación como agente  publicitario . Con varios socios fundaron la agencia de publicidad “Los Iruñako”, pero esto lo contaré en otro capítulo.

La publicidad ya fue su vida hasta que se jubiló y aún después siguió colaborando como “senior” en el Club de Marketing de Pamplona hasta que el Alzheimer empezó a manifestar sus primeros síntomas.

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Sus hijos siempre temimos que sucumbiera víctima del estrés con algún infarto o cosa por el estilo cuando ya cumplió los 50 años y su vida laboral le ocasionaba tantas preocupaciones.

Bueno ha sido él! Ha seguido fumando sus puritos, versión «no me trago el humo» hasta que se le ha olvidado que fuma. Ha nadado en el Club Natación hasta más allá de los 70 y a bordo de su coche fantástico ya estaba en marcha antes de que pusieran las calles.

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¡Mira tú! ha conservado un buen físico y resulta que lo que pierde es la cabeza. Ya tiene 87 años.

¡Ay papaíto!!