Pizarra y pizarrín

 

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Hace unos días en una comida familiar y ante la dentera que nos daba el uso inadecuado de unos cubiertos empecé yo a recordar. ¡Cómo no!

Les explicaba a los jóvenes que lo que daba realmente una dentera horrible era el uso del pizarrín. Todos me miran. ¿Eso qué era?

Pues sí, pizarra y pizarrín. Cuando empezábamos al colegio, que no era tan pronto como ahora sino en torno a las 5 años, no nos mandaban con mochila tuneada de lindos colores y repleta de pinturas, estuche y cuadernos varios. No. A la escuela se iba con pizarra y pizarrín. Andamos por el año 1956, ahí es nada.

La pizarra era eso, una pequeña pizarra enmarcada en madera y con una argollita en el lateral de la que colgaba el borrador.

Para escribir sobre ella, el pizarrín, que podía ser duro (éste es el que daba una dentera de cuidado) o el más blandito que llamábamos » de manteca». Estos pizarrines se vendían en las librerías. Yo muchas mañanas antes de ir al cole tenía que pasar por la de la Avda. de Franco, hoy Baja Navarra, a comprar pizarrín porque se me rompía, lo perdía.

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Con pizarra y pizarrín a escribir palotes, letras y números y a borrar con el borradorcito o con saliva y un trapo que también era un gran método.

No recuerdo bien cuántos cursos estábamos con el pizarrín, un año por lo menos y luego ya pasábamos al cuaderno de dos rayas en las que debíamos encajar las letras y el de Caligrafía que era la mayor de las torturas.

Así que por la mañana guardabas en la cartera la pizarra, el pizarrín, los correspondientes juegos del momento: los cromos, la cuerda o las tabas y el almuerzo.

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Aquella cartera marrón o negra, sin concesiones al color guardaba en su interior un olor inconfundible que reconocería entre mil.

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Con tan humilde equipo salías hacía el colegio pisando contenta los charcos y sin mojarte los pies porque calzabas unos sufridos zapatos Gorila.

El pizarrín era rudimentario y qué decir de aquel cuarteado y mortecino mapa de la Península en el que las Cordilleras se llamban Carpetana y Oretana, las regiones Castilla la Vieja y Castilla la Nueva. Creo que a día de hoy lo único que no ha cambiado de aquel mapa son los nombres de los ríos.

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Claro que tampoco nadie sabe lo que es un pizarrín a no ser que ante esta palabra se pongan ojos pícaros y se piense en otra «cosita»: «el pizarrín»

 

Fenómeno » Fan «

 

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En mi infancia nunca fui «fan» de nadie, ni de Marisol, ni Rocío Durcal, ni de Raphael que eran los ídolos de aquellos tiempos.

Sólo cuando empecé a ir al cine en serio me fui enamorando de Omar Shariff en Dr. Zivago, de Paul Newman cuya trayectoria he seguido sin perderme una de sus películas y cómo no de Steve Mc Queen.

Ahora, a mis 63 años, me encuentro con que, como si fuera una adolescente, me he hecho «fan » de un actor que encandila mis sueños. Paula y mis hijos ríen al descubrir esta nueva faceta mía.

Todo ha venido a raíz de incorporar unos cascos a mi portátil y permitirme el lujazo de ver en TVE a la carta la serie completa de «Isabel».

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Claro que históricamente me ha interesado y ya me he leído varias biografías de Isabel, la mejor la de Tarsicio Azcona que me la compré en La Casa del Libro, cuando estuve en febrero en Barcelona.

En honor a la verdad lo que más me encandila de esta serie son las lisonjas que se dedican los protagonistas y aún sabiendo que no es cierto no me canso de ver una y otra vez  la escena en que se conocen o las ternuras que Fernando dedica a Isabel e incluso la ira de Fernando cuando dice «Soy un hombre»

Mientras tanto el mismo actor ha protagonizado una serie que me ha gustado muchísimo: El Ministerio del Tiempo y ahí ando yo en las redes siguiendo a este hombre de tierna mirada y acariciantes palabras: Rodolfo Sancho.

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Porque esta es la cuestión, me he hecho «fan» de Rodolfo Sancho.

¡ A la vejez viruelas !

 

Radio y Televisión

 

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En la calle Olite no había televisión sino una enorme radio Telefunken en la que escuchábamos desde las canciones dedicadas o los seriales, hasta los programas de entretenimiento como «Matilde Perico y Periquín» y cómo no lo que llamábamos «el parte» cuyo nombre, heredado de los partes de guerra, y su musiquilla característica daba entrada a las noticias.

Radio. Matilde, Perico y Periquín

Todos los niños de aquella época recordamos los nombres de París, Londres, Berlín y de otras grandes ciudades inscritos sobre el cristal de la radio pero en mi casa por más vueltas que diéramos a la ruedecita no llegábamos más que a sintonizar Radio Requeté ( estábamos en Pamplona) , Radio Nacional, o Radio Popular.

Cuando por un empacho o unas anginas no iba al cole, escuchaba desde la cama por la mañana «las canciones dedicadas» que a la mamá le encantaban y las tarareaba contenta mientras trajinaba en la cocina. Así yo también me aprendí : Amapola, Por el camino verde, Están clavadas dos cruces y un largo etcetera.

Aún hoy en día me sé de cabo a rabo la letra y melodía de todas aquellas canciones.

A las tardes emitían cuentos infantiles, algunos inolvidables como Garbancito o el Gato con Botas. Una delicia de escuchar. No hace muchos años en su programa «Clásicos Populares» Fernando Argenta en los días navideños se daba el gustazo de emitir estos cuentos y a mí casi se me caían las lágrimas al volverlos a escuchar 50 años después.

Ya adolescente y cuando ayudaba a la mamá en «el cuarto pequeño» mientras cosía escuchábamos la radio, ya transistor. Ella seguía el denostado programa de los consejos de Elena Francis o las radionovelas como «Ama Rosa». Sin comentarios. Toda la ideología del nacionalcatolicismo allí metida. Yo entonces con 15 o 16 años ya las cazaba al vuelo y le decía a la mamá que de aquello «ná de ná», todo basura.

Cuando empezó a llegar la televisión a Pamplona nosotros tardamos en comprarla e Iñaki y yo resolvíamos esta carencia yendo los sábados y domingos al chalet de los Turrillas donde veíamos nuestra serie favorita: Rin Tin Tin.

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La tele era en blanco y negro, sólo emitía por la tarde-noche, una única cadena y lo que con más frecuencia aparecía en pantalla era la odiada «carta de ajuste».

A la calle Olite la televisión llegó creo que en los 60 cuando yo ya tenía nueve años. Se entronizó en el comedor y ya comenzó el tema de hasta qué hora podían quedarse los niños viendo la tele.

El programa infantil de entonces era «Las marionetas de Herta Frankel y su perrita Marilin». A mí no me gustaba nada este programa y lo que prefería eran las series como Bonanza, el Virginiano, Perry Mason, El Fugitivo

Con los años llegaron «El superagente 86» con el que te reías un rato y «Belfegor el fantasma del Louvre» serie de miedo que nos tenía a todas aterrorizadas. También llegaron los odiosos dos rombos que indicaban que el programa era para mayores de 18 años y entonces sin solución a la cama.

Pero la televisión no desalojó a la radio siempre omnipresente en aquella casa aunque con los años ya desapareció la Telefunken y llegó la radio transistor.

Yo he seguido fiel a la radio. Radio Clásica para escuchar a Paula. La SER como el soniquete de mi vida.

Cuando viajo me llevo un transistor carraca como los que usaba la tía Feli y a la noche, alé, hasta dormir a escuchar «El larguero» y «Hablar por hablar».

Y canto, canto » por el camino verde, camino verde que va a la ermita…..» y me acuerdo de la mamá, tanto como me estoy acordando de ella ahora al escribir estas lineas y evocar aquellas tardes de complicidad en «el cuarto pequeño».

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