Coser y hablar

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 Arrullo que la mamá cosió para Paula

 

Salgo de la cálida cocina de la calle Olite y me encaminó al «cuarto pequeño».

Es por la tarde, la habitación muy luminosa y en ella está entronizada la máquina de coser de la mamá, es su territorio y por lo tanto » el cuarto de costura».

Bobinas de hilos, alfileres, tiza de marcar, todo está allí en armonioso desorden y la mamá, con la cinta métrica colgada al cuello, pedalea con garbo la máquina de coser cuya aguja atraviesa metros de tela de mil rayas con la que confecciona batas de colegio para escolares.

– ¿Puedo ayudar?

Siempre ayudo en lo mismo, sobrehilando, me gusta y lo hago con paciencia.

El transistor aporta música, novelas y consultorios, pero la mayoría de las veces no escuchamos porque nosotras: hablamos. Las dos somos muy habladoras.

Hay complicidad, yo ya soy adolescente y repasamos temas, del trabajo del papá, de mis amigas, de Patxi e Iñaki, de la yaya. Esas plácidas tardes son inolvidables.

En ellas aprendí muchas cosas de la mamá, de su infancia, de la guerra, de su vida de soltera en Madrid, de sus preocupaciones, de su talante alegre. ¡Tantas cosas ! Y ¡ Milagro!  de paso aprendí a coser.

Me explico. Mi hermana Paula espera un bebé y con esta gratisima noticia además de muchas emocione, se ha activado en mí un resorte, no sé dónde escondido, que ha activado a la Maite costurera.

Mientras corto e hilvano sabanitas, hago vainicas, coso piquillos, me pregunto cómo es que yo sé hacer todas estas cosas sin vacilación.

Pues sí, aprendí viendo a la mamá, compartiendo con ella aquellas tardes de costura veraniegas. Ni piscina, ni playa. ¡Costura!

Coso como la mamá, costura de batalla, nada de la perfección de la que no pierde un hilo. Lo nuestro es la eficacia.

La mamá cosía batas para los niños de los Escolapios y los Maristas y cuando llegaba la temporada de verano había mucho que coser para el inicio de curso que entonces era en Octubre.

La mamá no se andaba en chiquitas. Tantas batas, tantas pesetas que luego ella guardaba con ilusión en el cajón de la máquina de coser y que le ayudaban a solucionar imprevistos. del dentista o de los libros del curso.

Quiero mucho a esta mamá feliz, atareada y contenta de que su hija adolescente le traiga a veces a sus amigas, Maite y Loli para que nos corte un blusón de los hippies que se llevaban entonces.

También cosió ilusionada juegos de cuna para su Paula.

Ahora yo sin su pericia, sin máquina pero con una ilusión me imagino que similar a la de ella, coso para el bebé de su Paula y recuerdo con muchísimo cariño a la Mari costurera, a la amiga, a la mamá que tanto nos dio y nos dejó sin poderle decir cuánto le debíamos y cuanto la queríamos.IMG_20160601_121816643

Sabanita para el bebé de Paula

La dieta de la calle Olite

 

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Yo, que siempre estoy a dieta y nunca adelgazo, mayormente porque cada noche me atiborro de dulces, debería someterme a la dieta alimenticia de la calle Olite, no sé si era Mediterránea, pero regular y sana un rato largo.

Lo que ahora es «producto de cercanía» entonces era ir cada día al Mercado Nuevo y allí comprar borrajas, acelgas o achicorias que normalmente eran de las huertas de la Madalena. En el puesto de las Arrieta ( una de ellas, Socorrito, estudiaba conmigo) comprábamos la verdura.

En el de La Engracia, la carne, pero bien mirada. El picadillo para las albondigas, el hígado, que entonces se comía sin temor, la chistorra y morcilla que ellos mismos elaboraban, filetes para empanar, que serían de cerdo digo yo. El boom de «la ternera» todavía no había llegado. También se compraba hueso de jamón para las lentejas y hueso de caña (también sin miedo a las vacas locas) la gallina y el morcillo para los cocidos madrileños que la mamá bordaba.

La fruta en Bermejo; naranjas,manzanas y plátanos, Desconocíamos el kiwi y el aguacate. En verano, melón y sandía. Las frutas que nosotros considerábamos «caprichosas» como albaricoques, cerezas o fresas las compraba la yaya y guardaba los zorrones en su armario. Desde allí nos la administraba, siempre que nosotros no hubiésemos hecho estragos.

En mi primera infancia no había frigorífico, por eso se compraba al día y se colocaban los productos en la fresquera, que estaba en la despensa y daba al balcón.

La hora de comer era sagrada, el papá normalmente no estaba y allí se servía el primero y el segundo. De primero, que hoy había lentejas, al día siguiente con las sobrantes y unas patatas cocidas tocaba puré de lentejas. Borrajas y acelgas con patatas, sopa de fideos. Muy variados.

Los segundos eran más estudiados. La mamá nos daba proteínas, pero bien trabajadas: las albóndigas con tomate (natural, claro), los filetes rusos que nos encantaban y más porque iban acompañados con patatas o pimientos, el hígado empanado o encebollado, la carne guisada que solía ser plato de domingo.

Los viernes en las épocas de vigilia tocaba pescado, no mucho. Preferíamos los riquísimos huevos con besamel que preparaba la mama o el arroz a la cubana..

Para el señor de la casa los salmonetes. El besugo en Nochebuena, Las gambas, las chirlas y el congrio para la paella dominguera. Vamos que la merluza no andaba como Pedro por su casa, a no ser que hubiese algún enfermo.

De postre la fruta. Yogures y Petit Suisse nos eran desconocidos. A veces salías hacia el cole con la fruta en la mano, yo se la solía dar a «un pobre» que solía vagabundear por los Jardinicos.

¡Se me olvidaba! Pan, mucho pan, lo comíamos tan a gusto. Aún no teníamos en la cabeza las calorías, Sólo había dos tipos: el normal y «el sobao» que solíamos comprar los domingos.

Postres golosos: el flan de huevo y el arroz con leche. A veces la yaya hacía rosquillas. La mamá no era nada repostera.

La merienda, bien de pan con chocolate o con chorizo de Pamplona. Nada de jamón, ni de Nocilla, ni fiambre que no fuera mortadela o el dichoso chorizo.

Dulces: la mamá nos solía mandar a Las Langarica a comprar galletas al peso, Marias o de vainilla, Comprábamos un cuarto que nos servían en un zorrón. ¡Madre mía qué contención!. El chocolate era «La Campana» de Elgorriaga del que guardábamos el papel de plata y coleccionábamos los cromos.

La cena, mucho huevo y patatas fritas

Las aceitunas y el atún para las ensaladas se compraban a granel en Valero.

Alguna tarde fría de invierno chocolate con pan fritico.¡Qué rico!

Los mimos alimenticios eran hacernos una ensaladilla rusa, sopitas de leche o el mencionado flan de huevo.

En verano nuestro plato favorita era la ensalada con patatas, atún y huevo cocido. Aun recuerdo la lechuga y el tomate en la fregadera refrescándose debajo del grifo.,

Para elaborar estos sencillos menús la mamá contaba con la cocina económica  de carbón. Cuando llegó el butano hubo que quitar la carbonera, que tanto miedo me daba, para entronizar la blanca cocina de butano con sus dos fuegos y así llegó a casa la botella naranja y su repartidor, el butanero.

Comprendo que me ha quedado un poco aburrido esta retáhila de comidas pero dejo para el final la idea más importante.

Todo lo que sé de cocina lo aprendí de la mamá. Hago las albóndigas como ella, lo mismo pasa con el cocido y de mí han aprendido mis hijos

.Así que seguimos la dieta de la calle Olite sólo que mejorada por lácteos de todo tipo, panes caprichosos. De sólo galletas María hemos pasado a galletas a cada cual más rica. Frutas las de todo el mundo

Tanto la hemos mejorado que yo tengo que estar siempre a dieta

 

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