Griego

Mis horas libres de jubilada las disfruto actualmente traduciendo textos griegos,en estos momentos en concreto, el Canto XXI de la Iliada.

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Aquí en «el Sancta Sanctorum» del Koldo Michelena, en el Fondo de Reserva, están mis libros: el diccionario de Griego,

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la Gramática de Berenguer Amenós,

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el texto de Homero, en griego claro,

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y en ellos me sumerjo cada día y salgo triunfante de esta inmersión con mis versos traducidos.

El griego quedó escondido en mi cabeza exactamente a los 20 años cuando acabé los cursos Comunes de Filosofía y Letras y empecé la especialidad de Historia.

Aquiles[7]

Mis conocimientos de griego,aparcados durante 40 años, rebrotan ahora por encima de los muchísimos años que he dedicado al estudio del euskera, por poner sólo un ejemplo, y me maravilla de que lo tenga más claro éste, el griego quiero decir,, que estudios en los que me he empeñado con ahínco y no he logrado dominar del todo.

Miremos a la Maite universitaria. Tiene 18 años, le gustan las asignaturas de Letras y el disfrute de una beca le permite matricularse en su ciudad, Pamplona, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, sí, la del Opus.

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Su madre le ha preparado para ir a la Universidad un «moderno» abrigo tiñendo de azul marino el gris del uniforme del colegio y añadiéndole un cuello de «borreguito» lo ha modernizado un poco. No le importa, ella, Maite, está contenta consigo misma, con sus modelos, los de su madre y los hippilondios y sobre todo está feliz con sus libros recién estrenados.

Míralos todos los alumnos amontonados en el Aula 19, los de Filosofía y los de Periodismo. Al fin chicos y chicas juntos, escuchando rollos terribles para estudiar de memoria, como la Historia Antigua, por poner sólo un ejemplo o descubriendo los secretos de una lengua nueva, el griego, de vocales largas y breves y metáforas deslumbrantes.

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Sí, el Griego me entusiasmó, En 2º curso obtuve un Sobresaliente y me hubiera animado a estudiar Clásicas si para hacerlo no hubiera tenido que matricularme en Salamanca y realizar un desembolso de dinero que a mis padres les resultaba imposible. Así que me matriculé en Historia y he de reconocer que también disfrute mucho con el Arte, la Arqueología, la Paleografía…

De qué manera quedó grabado el griego en mi memoria no lo sé, pero nada más arañar un poco con algo tan sencillo como leer la «Historia menor de Grecia» de Pedro Olalla,

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me he dicho: – ¡Si esto me lo sé!. El alfabeto, las declinaciones, la historia de cada Dios y cada mito. Como quien coge el extremo de una madeja he tirado del hilo y ha ido emergiendo todo lo que almacené, incluido el entusiasmo.

Apolo

Así ahora, jubilada, puedo olvidarme de matrículas,cursos, cursillos y todos los grupos de estudio tan de moda entre los de mi edad porque YO, SOLITA, TRADUZCO GRIEGO.

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Sanfermines (II)

Continuando con la vida de los Sanfermines de nuestra infancia hemos llegado a los festejos de la tarde, y el primero es: la corrida de toros.

La corrida comenzaba a las 5. La mamá, la yaya y yo nos entreteníamos viendo desde el balcón de la calle Olite la entrada a los toros: los mozos de los tendidos de sol con sus cazuelas de ajoarriero y sus cubos con vino y gaseosa, y la gente guapa de sombra, bien vestida y elegante. Una vez que comenzaba la corrida oíamos los olés, los abucheos, los clarines y observábamos en lo más alto de la torre de los Escolapios cómo algunos de ellos desde aquella altura de vértigo veían los toros.

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Las Peñas. Acabados los toros salían por el callejón de la Plaza de toros Las Peñas. Recuerdo algunos nombres: Los del Bronce, Anaitasuna, Mutiko y muchas más, cada una con su banda de música y su gran pancarta blanca en la que se realizaban dibujos alusivos a alguno de los temas que habían sido polémicos en la ciudad a lo largo del año.

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Los mozos bailaban incansablemente pasando por la Plaza el Castillo, el entonces Paseo Valencia hasta por fin llegar cada Peña a su local. Nosotros, mujeres y niños fundamentalmente, desde la acera les veíamos pasar como quien ve una procesión. Reíamos con las ocurrencias de los mozos que además cada año ponían de moda una canción que podía ir desde » la Mari Carmen no sabe coser…» hasta «un rayo de sol». Las chicas no bailaban en las Peñas en aquel entonces.

Hoy en día las Peñas, en teoría, repiten el mismo recorrido, los mismos usos, exceptuando la incorporación de las mujeres y que la masificación es tal que ya nadie espera pacientemente en la acera, tampoco hay sitio, y el aluvión de mozos y forasteros es tan grande que casi se hace imposible el baile.

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Los Caballitos. Los niños llamábamos Caballitos a lo que todo el mundo en Pamplona conoce por Las Barracas, es decir, las atracciones de feria. No logro recordar dónde se colocaban entonces. Desde luego nada de curvas y saltos vertiginosos, lo más emocionante que había era la Noria, en la que no nos montaban, y el Balancín, en el que tampoco.

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Nuestra atracción era la que llamábamos «las olas». Nos metíamos en unas grandes tazas que giraban sobre si mismas y cuando la atracción comenzaba a funcionar subías y bajabas en un movimiento como de «ola».

Nos llevaban los papás, montábamos en alguna atracción y luego nos compraban los churros o el algodón rosa de azúcar o la manzana colorada y a mirar con ojos grandes el Tira Pichón, los Autos de Choque o la Cueva del Terror.

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Los Fuegos artificiales. Se tiraban en la Plaza el Castillo. Recuerdo las tracas fijas multicolores, suficientes para que los niños sintiéramos al mismo tiempo miedo y admiración. Nada que ver con las grandes demostraciones pirotécnicas que posteriormente he visto en Donosti o en la Ciudadela. Con aquellas humildes tracas los niños eramos igualmente felices.

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En resumen en los Sanfermines de los años 50 y 60 eramos los de casa, los forasteros y los extranjeros. Nada de camping a tope, ni locura de coches, ni accidentes en la Ciudadela o en la fuente de la Navarrería. La única «perdición» que se comentaba entonces era que a los nueve meses de Sanfermines nacían los Sanferminicos. Sin comentarios.

Vamos, que en los Sanfermines de aquellos años corrían los mozos, el vino, la alegría, los Kilikis, los niños y los toros. Lo que no corría, excepto en manos de los extranjeros, era el dinero porque los pamplonicas se mantenían aún en una economía de subsistencia. Las cosas empezaron a cambiar en los 80.

Viví muchos años alejada de los Sanfermines y volví a retomarlos cuando mis hijos eran pequeños y entonces punto por punto repetí con ellos lo que yo de niña había vivido.

La indumentaria blanca, el pañuelico y la faja. Un día al encierro, todos los días, a ser posible, a los Gigantes. Veíamos los fuegos desde casa.

Cuando les llevábamos a las Barracas (Caballitos) ya no eramos tan estrictos como habían sido mis padres, así que empezaban en el tren Chu-chu, seguía la noria infantil, los autos de choque… Se montaban en todo lo que querían y había globo, helado, algodón de azúcar y vuelta a casa.

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Espero poder enseñar las maravillas de San Fermín a mis nietos, si los hay.