Febrerillo loco

 

Ya han pasado los Reyes, San Sebastián, se acerca Febrero con su cargamento de fiestas inolvidables.

Febrero era para mí un mes feucho, friolero, desabrido,  pero fue oportunamente bendecido con el nacimiento de mi hijo mayor, Pablo, un 10 de Febrero y desde entonces ,1983, ya es para mí un gran mes.

SAN BLAS

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El Santoral de este mes lo comienzo el día 3 con San Blas.

Hoy precisamente me ha llamado mi amiga Marian para recordarme la fecha.  En su pueblo, en Alava, su madre ¡ en el 2015 ! aún acude a la feria del Santo donde se bendicen alimentos y también unos cordones que oportunamente colocados en el cuello desde el día del Santo hasta el Miércoles de Ceniza te protegen, por intercesión del Santo claro, de las afecciones de garganta.

Le he vuelto a encargar un cordón, este año de color azul. Esa es nuestra liturgia. Se supone que dicho cordón protegerá mi garganta y voz tan machacadas por el tabaco.

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Ha sido la llamada de Marian la que me ha recordado las maravillas de Febrero,   muchas de las cuales he compartido durante largos años con ella.

En mi infancia pamplonica era también el mes de «los roscos de San Blas». Cuando se acercaba la fecha le llegaban a la yaya de su pueblo unos maravillosos paquetes  en cuyo interior metidos en cajas se apretujaban unos roscos buenísimos.

Con los roscos , otros dulces y frutas nos llevaba la yaya el día 3  a la Iglesia de San Nicolás donde el cura los bendecía. Una vez benditos ya los podíamos comer, como siempre con la supervisión de la yaya que era la administradora general de estos dulces.

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En los soportales de San Nicolás se colocaban puestos en los que se vendían además de rosquillas de anís, gallinas y otras figuras de chocolate.  Colgando de unas cuerdas se balanceaban los martillos y manzanas de caramelo rojo.

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Bueno, qué ilusión si te compraban por ejemplo una gallina de chocolate. Te quedabas admirándola en sus detalles y casi te resistías a comertela.

Aquellas bendiciones también protegían las gargantas pero yo mientras fui pequeña en lo que tenía fe era en el trajín y en los roscos.

Durante muchos años la festividad de San Blas sólo era un recuerdo de aquella infancia plagada de liturgias.

Desde  hace pocos años el 3 de febrero se anuncia por la proliferación de tortas y rosquillas de San Blas en las pastelerías.

Así que aquí estoy, esperando el cordón bendito y con la receta de las tortas y los ingredientes preparados.

Ahora soy yo la que por San Blas horneo tortas de anís, me cuelgo el cordón bendito y recuerdo con cariño a la yaya.

 

 

 

 

Calle Olite, 16, 3º izda. Pamplona

Aburrida de la gripe. Escribir me sienta mejor que el Termalgin.

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 Desde la habitación de los papás se accedía a este balcón que daba a la calle Olite.

Con el buen tiempo salíamos al balcón, a mirar, podía ser las mañanas de domingo para ver la animación de la calle cuando la gente iba a Misa a la iglesia de San Francisco.

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Podía ser las tardes de San Fermines para ver la entrada a los toros. La Plaza estaba muy cerca, al final de la calle.

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Cualquier día de labor hacia las 9 de la mañana podía asomar la mamá al balcón para decirles a los chicos, que se dirigían a los Escolapios, alguna de las frases propias de una madre. «No os peguéis», «No os metáis en los charcos», «Os habéis olvidado el bocadillo».

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En la acera de enfrente de la calle Olite yo tenía un admirador que tonteaba conmigo y yo me moría de risa cuando con un espejo se dedicaba a hacerme cucamonas.

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                                        Este es el balcón que daba al patio de manzana formada por la calle Olite, la Avda. de Franco (ahora Baja Navarra) y la calle Teobaldos.

Era el balcón de colgar la ropa. En las cuerdas de fuera cuando hacía buen tiempo, o en las de dentro si llovía. De sus paredes pendían los distintos barreños que se utilizaban para el remojo de la ropa en lejía, en azulete.

Los geranios eran el dominio de la yaya. Estaban colocados sobre un armario en el que guardaba juegos de café, tacitas de chocolate, copitas de licor. Ninguno de los juegos estaba completo pero a nosotros nos gustaba jugar con ellos, sobre todo a los chicos que abrían las puertas del armario, colocaban dos bancos delante y ya tenían instalada su barra de cafetería y ¡a servir!

Yo todavía tengo algunos restos de aquel tesoro: unas tazas de café adornadas con rosas y otras con escenas orientales. Las guardo con cariño, bueno no las guardo, las uso, porque guardadas han estado más de 50 años.

El mundo de los geranios yo no lo entendía pero la yaya se ocupaba de cubrirlos con plásticos cuando llegaban los fríos, destaparlos con la primavera, cortar las púas. Luego yo he aprendido bastante de geranios en Igúzquiza donde Andrés cuida con esmero los que adornan las ventanas de la casa.

La ventana del baño daba a este balcón y ahí asomaba yo a echar los humos de mis primeros cigarros.

También salía a este balcón a secarme el pelo al sol que me parecía era la mar de beneficioso para mi cabello.

A fuerza de estar en el balcón conocía bastante la vida de otros balcones y también había ligues de balcón a balcón. Sí, los chicos jóvenes no salían mucho al balcón, no tendían la ropa, ni cuidaban las plantas pero se sentaban oportunamente a estudiar cerca de la ventana y……

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Y es que yo, aunque las chicas estábamos llenas de complejos, a juzgar por las fotos……

Entre balcón y balcón, nuestra vida en un piso del que desconozco los metros cuadrados. Tanta vida hubo en él, en aquella cocina, en el comedor, que yo pensaba que era un piso grande para albergar tantas cosas y emociones.

 Me temo que si voy al Registro de la Propiedad me llevaré una sorpresa.

Los Reyes Magos

 

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 Yo creí en los Reyes Magos hasta los siete años. La yaya me llevaba a ver la Cabalgata y me lo tragaba todo: el rey negro pintado, que la mamá cosiera en mi presencia los vestidos de las muñecas que me iban a echar SS Majestades, que el papá llegara esa misma noche de viaje con una canastilla y un muñeco que me habían dejado en Madrid.

Creer es creer y no me percataba de las evidencias.

Ahora que lo mejor fue cuando ya no creí y entonces me encargaba con el papá de preparar en la cocina los regalos de los Reyes, primero para Iñaki y luego ya para Kiko también.

El papá siempre hacía un montaje con los juguetes. Nada de envueltos en papel y con lazos. Esa moda no la conocíamos. Los indios se desperdigaban por el suelo de la cocina, encima de una banqueta el fuerte apache, más allá una construcción con las piezas de la arquitectura de madera y bueno, si tocaban los Juegos reunidos de Geyper nos pasábamos un buen rato haciendo dar vueltas a la bolita en la ruleta.

El no va más fue el año que trajeron el Scalextric, aquello sí que era hacer un montaje. Aunque luego guardo más el recuerdo de los enfados que se cogía el papá porque los chicos no le dejaban jugar cuanto él quería. ¡Siempre un niño!

¿Qué me dejaban a mí? A estas alturas de la película creo que algún libro de la colección Historias y no sé, poca cosa más.

Los tiempos del Scalestric ya eran avanzados y con los avances hasta los Reyes anunciaron su llegada a casa.

Los Reyes de los Escolapios iban a venir a entregar los regalos a los chicos. La mamá compró pasteles para obsequiar a SS Majestades. Y allí estuvimos, las ocho, las nueve, las diez, hasta las once esperamos y no aparecieron así que nos comimos los pasteles y a la cama. ¡ Qué bochorno cuando al rato sonó el timbre y allí los teníamos! Los Reyes Magos en casa y nosotros en pijama, sin pasteles y ellos mientras tanto dando palmadas cariñosas en la mejilla de Kiko..

De todas formas ya nadie creía en los Reyes. Cómo iban a creer si un año en los días previos a Reyes nos los encontramos jugando tan campantes con la gasolinera que les iban a echar. Cada día cuando nos ibamos a la compra ellos la sacaban del armario de los papás, jugaban y vuelta al armario, Ellos decían que creían pero les pillamos «in fraganti» y ya se acabaron los cuentos.

La ilusión por los Reyes volvió con Paula, años después. Claro que a Paula ya le dejaban enormes supermercados, muñecas Nancy y hasta la bici. Nosotros que la bici ni la  olimos en nuestra infancia, sólo cuando los Turrillas nos dejaban la suya para dar una vuelta, tuvimos el placer de ver a Paula ilusionada  descubrir la bici el día de Reyes. Ya no estábamos en la calle Olite sino en Yarte y ya sólo había una niña. Nosotros ya eramos «mayores»

 

 

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