De niñas nos enseñaron «modales» por medio de una asignatura llamada Urbanidad que se completaba con la Formación del Espíritu Nacional. Las encargadas de impartir estas clases eran «Señoras de La Falange»
Nos enseñaban unos modales que cumplíamos de mala gana, como el de levantarse cuando entrara cualquier profesor en clase y cosas por el estilo.
Pero lo que realmente ocupaba a las monjas y sacerdotes que nos adoctrinaban en Religión y Catecismo era enseñarnos «el recato».
Ir a la Iglesia siempre bien cubiertas, con manga larga y si era verano con media manga o corta (la mamá me hacía los vestidos con mangas de farol para que yo no protestase). De ninguna manera un vestido de tirantes, eso era casi pecado mortal. Los pantalones no es que los prohibiesen, no hacía falta porque aún no los habíamos visto.
La cabeza cubierta con el velo. ¡Ay la que se olvidase del velo!
El velo de tul negro, rectangular, lo sujetábamos a la cabeza con un alfiler. También los había redondos y entonces los llamábamos mantillas.
Velo en la Capilla del Colegio, velo en la Parroquia de San Francisco los Domingos. Luego contábamos con el velo blanco, largo, almidonado y sujeto al cuello con unas cintas. Ponérselo era obligado los días de gran fiesta como el día del Santo Ángel, la Ascensión o la Inmaculada. También lo usábamos en el mes de Mayo, el mes de las flores y de la Virgen,en que por las mañanas antes de entrar en clase rezábamos recorriendo el patio el Rosario de La Aurora.
Ya sé que todo esto sólo la que lo vivió lo puede comprender. Eran normas de obligado cumplimiento.
Dejamos el colegio para hacer Preu en el Instituto y allá se quedaron abandonados todos los velos y para cuando llegamos a la Universidad de Navarra (Opus) nos negábamos a asistir a la asignatura de Teología que imponían como obligatoria.
Ya no hubo más velos porque no hubo más Misas.
¿Cómo de aquellas recatadas niñas han brotado estas jóvenes que ahora se cubren con largas faldas y túnicas indias? No, no es por recato sino porque son hippies.
Ahora para meditar ya sobran los bancos de la iglesia, sobran ya hasta los del parque porque lo que nos gusta es sentarnos, sin recato, sobre el césped del Campus y ahí leer o tricotar o simplemente observar.
Ya hacemos todo lo que las mujeres se supone que no debemos hacer: fumamos, rubio o negro, ya da igual; leemos a Wilhelm Reich y su «Revolución sexual»; llevamos pantalones si nos da la gana y hablamos mucho del «amor libre» aunque estamos bien lejos de ponerlo en práctica.
Nuestras canciones son las de Bob Dylan, Joan Baez, Simon y Garfunkel o Paco Ibañez, está en auge la música suramericana y escuchamos a los Calchakis y también a Georges Moustaki.
Nos interesan otras religiones sobre todo las que allá en Oriente, preferentemente en la India, postulan la paz,el contacto con la naturaleza, el panteismo, la meditación, el yoga…
¡Ah! Definitivamente nos gustan los chicos.
Ya no cantamos con voz templada «El Aleluya» sino «el Gracias a la vida» de Joan Baez.
Hay guerra en Vietnam, en el Sinaí pero nosotras queremos la paz