De visita con la yaya

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Pero, ¿quién es esa niña tan mona y repeinada que da la mano a su abuela y camina por la Avda. Franco hacía los cercanos chalets de la Media Luna.

Es Maite, soy yo, que con la yaya voy a visitar a su amiga, la señora Nemesia.

La Nemesia vive en un chalet con jardincito que a mí me deja boquiabierta al ver una casa tan bonita, tan amplia, tan ordenada.

Ambas son de Peralta, la mayoría de las amigas de la yaya son de allí.

Nos sirven café y pastas y para lo poco que yo conocía aquello suponía un liujo.

Creo recordar que Nemesia tenía dos hijas ya mayores. A mí me mimaba bastante pero he de confesar que lo que más me atraía de su casa no eran las ricas pastas o las rosas del huerto  sino las multicolores «alfombrillas».

Me explico. Su marido el Sr. Biurrun era practicante. Estábamos en el  boom de la utilización de la penicilina en forma de inyecciones. Los practicantes no paraban de ponernos «banderillas», que si las anginas, que si la otitis. A poco que te descuidaras ya te estaban untando el alcohol en el culo, palmada y adentro la inyección.

El marido de la Sra. Nemesia almacenaba montones de aquellos frasquitos provistos de tapones multicolores donde introducía la aguja de la jeringuilla para mezclar el polvo de la penicilina con agua, luego vaciaba el contenido en la jeringa y al culete la banderilla.

Pues bien, el mañoso Sr. Biurrun extraía todos los tapones, los lavaba y juntándolos, no recuerdo cómo, conseguía unas alfombrillas multicolores, rojo, azul, verde, amarillo, que llamaban poderosamente mi atención. Había una alfombrilla en la entrada, también en los baños. Me costaba creer que de los «odiados» frasquitos» pudiera .obtenerse algo tan divertido. Aún no se sabía nada del «bricolage».

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Mientras yo estaba entretenida la yaya y su amiga, como buenas «riberas» competían en todo lo que podían. sus ropas (eran muy presumidas), sus joyas, en el caso de la yaya cuatro pedruscos y por fin sus nietos a cada cual más listo y obediente.

Después de merendar me mandaban a jugar al jardín, allí no había niños así que jugaba sola y hasta la próxima

Otra visita obligada era a «Las Blasas». ëstas no es sólo que fueran de un status superior, es que además se lo creían porque el marido de una de ellas era o había sido Comandante, palabra que a mí me sonaba como a Gran Capitán de Navío.

La casa de «Las Blasas» me imponía, creo que miedo, era sombría y estaba atiborrada de muebles también oscuros. Allí olía a polilla..

La sala tenía unos miradores que daban a la Avda de Franco y mientras la yaya hablaba con sus amigas yo me entretenia mirando por los vantanales el ajetreo del garaje Unsain, o el ir y venir de las Villavesas.

La tercera visita que voy a contar hoy es la que hacíamos a Villamiranda.

Villamiranda es una floristería de Pamplona situada en una bocacalle del Paseo Valencia. La dueña también era de Peralta y lo que a mí más me ilusionaba es cuando la visita la hacíamos a los invernaderos donde se cultivaban las flores. ¡Qué bonitos! Allí podía correr entre las hileras de flores y chapotear en las pequeñas acequias, abrir y cerrar grifos. Creo recordar que los invernaderos estaban bajando a la Rochapea y para mí esta visita suponía una auténtica fiesta.

¡Ay la yaya! la yaya y su nieta, así me tuvo, de la mano, hasta que llegó Iñaki y se le complicó la vida. Ya éramos dos y el camino más fácil era ir a La Media Luna donde también encontraba amigas de Peralta como la Sra. Francisca..

La Media Luna ya era otra cosa. Encontrar otros niños, sobre todo niñas con las que jugar a la cuerda, a la pelota, o simplemente chapotear en la fuente. Nos daban la merienda y seguíamos jugando hasta el anochecer cuando llegaba el verano y entonces podíamos buscar luciérnagas

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Yaya, la yaya, al escribir este blog me he dado cuenta el papel fundamental que tuviste en mi infancia. Tan orgullosa estabas de mi, tanto me subía lo que hoy llaman «autoestima»

 

Localizaciones. Avda Franco hoy Baja Navarra. Paseo Valencia hoy Sarasate

 

 

 

Aquellos tiempos, aquellos remedios


Se llevarían las manos a la cabeza los solícitos papás y mamás actuales si supieran de algunos de los remedios caseros que nos aplicaban a los niños en los años 50 y hasta los 60.

 

Del mundo del Dalsy y el Apiretal, de los bífidos, las alergias y tantas cosas que se tienen en cuenta hoy en día en el cuidado de los niños, demos un salto mortal hasta llegar a 50 años atrás. Medio siglo..

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Veamos.

La Manzanilla era la reina de los remedios. Nada de asépticas  bolsitas alineadas en caja, sino la olorosa flor de manzanilla, guardada en algún bote.

Se hervía en un cazo, se colaba y ya lo mismo valía para sosegar un estómago empachado que para lavar un mañanero ojo legañoso.

Hasta tenía uso cosmético. Decían que la infusión de manzanilla daba brillo y aclaraba el cabello. Yo mantuve esta creencia mucho tiempo. Siendo ya veinteañera, cuando le lavaba la cabeza a la rubia Paulita, en el último aclarado le aplicaba la dichosa manzanilla.

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El Alcohol, o mejor dicho las bebidas alcohólicas, aunque hoy nos parezca increíble. Por ejemplo, si te dolían las muelas, que solían doler y mucho, no te  llevaban al dentista sino que empapaban una guata en coñac y te la colocaban en la muela dolorida. Y a otra cosa.

Cuando estabas un poco debilucha después de unas anginas por ejemplo , decían que perdías el  apetito. Yo en mi caso dudo de que alguna vez haya perdido el apetito.

Daba igual, me endosaban todos los mediodías un vasito de Quina para que comiera con más ganas. ¡ Increíble!  La Quina, San Clemente o Santa Catalina la guardaba la yaya  en «su armario»-

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En el armario de la yaya se podía encontrar de todo, la quina, los roscos de Peralta y las frutas caprichosas, las cerezas o los albaricoques por ejemplo.

Seguimos con el alcohol. Ya más mayorcita cuando volvías del cole destemplada por el dolor de las primeras reglas, te daban una copita de ginebra. ¡ Glup!  Algo aliviaba. Aunque así a media mañana  y en seco igual era que te dormía Luego ya me enteré de que la ginebra es vasodilatadora.

Lo que verdaderamente nos alivió a las chicas de estos dolores es que llegarán las Saldevas y ya nos olvidamos de la ginebra hasta que llegamos a los «cubatas».

Patata para las quemaduras.

Agua  con sal  casi hirviendo  en un cuenco en el que metías el dedo si tenías un panadizo o un padrastro.

Yo creo que en la Farmacia sólo compraban los famosos Optalidones que luego se prohibieron y las Aspirinas con cafeína que también se prohibieron. Completaban el resumido botiquín el Nitrato de plata que te aplicaban en las verrugas y cómo no el Vicks Vaporub con el que te daban buenos refrotones en el pecho.

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 Nivea de caja azul era la única crema en el campo de la cosmética. Bien aplicada, antes de que te diera el sol en Oricaín o en San Sebastián y así quedabas bien fritica. ¿Factores de protección? Pero bueno, ¿ De qué hablas?.

Linimento Sloan de olor insoportable e inolvidable para el papá si tenia lumbago o a los chicos si tenían alguna magulladura.

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La llave de hierro con su frío helador aplicada sobre los orzuelos. Yo tuve muchos orzuelos, mucha llave y bien de agua de manzanilla.

Por supuesto nos llevaban al médico, que no al pediatra, y en sus manos quedaba el recetarnos los odiados supositorios y las inyecciones de penicilina.

Al dentista  también íbamos a que nos sacara la muela que habían emborrachado con coñac.

A pesar o gracias a alguno de estos remedios salimos adelante.

Cuando nos querían dar un premio por habernos dejado poner el supositorio, o la inyección o el unte del Vaporub, no nos compraban un huevo Kinder, que no se habían inventado, claro, nos daban «sopitas de leche» . ¡Qué ricas!

Dejo para el final el mejor remedio que saben aplicar todos los padres, los de ayer y los de hoy cuando eres niño y algo te duele:

«Cura sana, cura sana, si no se cura hoy, se curará mañana».

Anexo de vocabulario hoy poco usado: empacho, guata, panadizo, padrastro, supositorio, unte, refrotón, legañoso….

 

El Domingo a Misa

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Era preceptivo los domingos ir a Misa de 12 con los papás.

Ir a Misa significaba » ponerse guapos » y a mi para empezar el día,  digamos que me bañaban.

Este baño no era en la bañera metálica pintada de blanco y con patas como pezuñas.

La bañera solia estar ocupada por los geranios de la yaya, o telas en remojo. Aquella bañera, salvo en muy raras ocasiones, no se utilizaba para bañarse. Más vale que llegó la ducha.

Me metían de patas en un barreño en la fregadera. Sí, en uno de aquellos barreños de zinc multiusos, que lo mismo alojaban la ropa en lejía de los lunes que a la Maite a remojo de los domingos.

Lo llenaban de agua templada, me ponía de pie y la mamá frotaba y frotaba, sobre todo las rodillas, sucias sí, pero también llenas de pastillas y arañazos.

Acabado el frotado me sentaba. Una de dos, o el barreño era muy grande o yo muy pequeña. Más bien creo lo segundo.

A continuación se pasaba al lavado de cabeza, también en el barreño. Aún recuerdo aquel champú en cápsula individual, negro, era el de  » Brea «. También había cápsulas de » huevo».

¿Suavizantes? ¿Champú que no pica?. Pero de qué me estáis hablando. Estamos en los años 50. Si había algún aditivo era el vinagre que decían daba brillo sí y también olor a aceitunilla.

Allí había un consumo adecuado del agua. En un barreño iba todo. Nada de horas y horas bajo la ducha.

A continuación te ponias alguno de los bonitos vestidos que me cosia la mamá, calcetines blancos y con suerte unos zapatos negros de charol.

¡ Campañas! ¡Campanas!

A Misa. ¡Qué aburrimiento!

Me entretengo observando cómo el monaguillo enciende las velas y al final cómo las apaga con un capuchón y queda en el aire un olor característico que te pica la nariz.

Me aburro. Me miró lozapatos, sobre todo si son de brillante charol y mientras espero el final observó el Sagrario dorado, los confesionarios que ya de por sí dan miedo.

¡Al fin! Ítem Misa est. Deo gratias. A la calle.

Después a la Librería Amaya. El papá compraTebeos. Para mi los de Hadas, para él Hazañas Bélicas y para la mamá alguna novela de la Biblioteca Chicas, ósea de amor.

Seguia el vermut. Para mí las aceitunas ensartadas en un palillo.

La mamá siempre muy guapa. El papá alto, muy alto. Yo me agarraba de su brazo y le decía que era su novia y me casaría con él.

¡Eran tan jóvenes ! Si yo tenía 6 años por ejemplo, ellos 29.

¡Unos chavales con la vida por delante!

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De nuevo en casa

 


«La vieja casa ahora está vacía pero nada se ha ido. Si algo he aprendido de una vida de profesor, es que la infancia perdura hasta siempre en el alma».        Ivan Doig

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Ando por ahí, por el pueblo, por la Rochapea, por San Nicolás…… ¡Tantos lugares!

Pero no, no quiero salir del piso de la calle Olite y en concreto de su cocina donde, entre humos de pucheros y calor de brasero, cuento con el cariño y la protección de la mamá y de la yaya. Allí tengo un confortable nido.

Avanzado este blog siento que en la calle Olite recibí muchísimo cariño, cuidados y normas de comportamiento ya grabadas en mi corazón para siempre.

Allí concebí también mis miedos. ¡ Tantos miedos ! A la oscuridad, al hombre del saco y a cosas que nos enseñaban en el Catecismo, como el infinito o la muerte.

La mamá o la yaya poco sabían de la moderna Pedagogía, así que si no me dormía o gritaba asustada por algún sueño, venían junto a mi cama y volvían a decirme aquello de : » Duerme bonita que si no vendrá el hombre del saco».

Pues ya estaba armada.

De aquella niña, aquellos miedos.

¡Tantos miedos !

Con 64 años, al fin ya no tengo miedmnívora

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La bici

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Mientras vivimos en la calle Olite ni Iñaki, ni Patxi, ni yo tuvimos bici. Querer queríamos pero ni se nos ocurría pedirla, porque era evidente que no se podía. No estaban los tiempos para bicis.

Nuestra bici era la de los Turrillas, si ellos querían, claro, nos dejaban dar unas vueltas a la manzana de los «Jardinicos» y se acabó.

En aquellos años la mayoría de niños carecíamos de bici así que te conformabas y agilizabas las piernas corriendo al «Tres navíos en la mar»o al  «Escondite»  pero de pedalear nada de nada.

Paula ya sí que tuvo bici como Dios manda. Se la pidió a los Reyes Magos y ellos van y le echan, una preciosa bici azul, colocada la mañana de ese día junto al árbol de Navidad.

Los tiempos habían cambiado. Vivíamos en el Barrio San Juan y ya Paula tuvo de todo: un lindo triciclo rojo metálico, con cintas de colores colgando del manillar y su bici azul.

Que Paula aprendiera a andar en bici esa fue otra

¡ Vete tú ! me decía la mamá y allí íbamos las dos hermanas a la Taconera con mis           ¡ Dale!  ¡ Dale! !Que te suelto¡

¡ Venga ! ¡ Venga!  ! Muy bien! Cuando ya por fin circulaba sola.

Mis hijos que ya nacieron en los 80 ya casi vinieron con la bici puesta. Primero el correpasillos, luego el triciclo y al fin la bici de cuatro ruedas. Hasta por fin quitar las ruedas pequeñas y ya correr de verdad. Pablo estrenaba, Dani heredaba y no había quejas.

Luego ya vino la vorágine de las bicis, a ser posible lo más parecidas a la del protagonistde ET. ¿Una bici voladora ? No. En el caso de mis chicos fue una BH.ET1

Allá íbamos al pueblo en verano con las bicis enhiestas sobre el capó del coche sujetadas a un artilugio que colocó Andrés.

Luego ya llegaron las Mountain Bike. El mundo del temido «pinchazo». Andrés arreglando la cámara y considerando que el tiempo en que se fumaba un cigarro era el necesario para que la goma se pegase.

Bicis por todas partes, en el balcón de casa y en la leñera del pueblo.

Hoy en día cada uno tiene entronizada la bici en su casa.

Mi vida sin embargo ha sido una vida sin bicicleta. No pasa nada. Ya está Pablo para andarselo todo.