Libros de ayer y de siempre
Ya no vuelvo al cole, ni al Instituto, ni a clases que me dan, ni a clases que recibo y sin embargo Setiembre ( hace 40 años era Octubre, después del Pilar) sigue teniendo para mí el mismo sentido de inicio del curso.
Sin libros de texto, sin apuntes que subrayar, sin exámenes que planificar, sin listas que organizar, me enfrento al «nuevo curso» con este único cuaderno que es un «totum revolutum» de diario, agenda, apuntes para el blog, reseña de libros.
El cuaderno me acompaña a todas partes, por si acaso. Por si me pierdo y necesito escribir para encontrarme, por si se me ocurre alguna idea para el blog, por si tengo que apuntar el título de algún libro , incluso por si necesito apuntar el color de una lana o vete tú a saber qué.
Cuando era niña, muy niña, el nuevo curso significaba, para empezar, lucir bien limpio y planchado el uniforme al que la mamá bajaba el dobladillo cada año por culpa del consabido estirón.
Metías en la maleta pizarra y el pizarrín y al cole. Te dejaban en manos de unas monjas de enormes tocas almidonadas y vestiduras negras hasta los pies. En este país aún estábamos en la Prehistoria de la Pedagogía y el concepto «adaptación» en Educación se desconocía.
¿Adaptación? La única posible era la alegría de encontrar amigas, sólo niñas claro, con las que jugar y secretear en el patio, en las filas, en la clase, porque a las monjas o a los estrictos profesores no te adaptabas nunca.
Recuerdo cómo aún con 13 años me temblaban las piernas en 4º de Bachiller cuando me sacaba a la pizarra el profesor de Matemáticas ante el que siempre fracasaba y él comentaba, conmigo allí expuesta en la tarima, mi falta de aptitudes para los números. ¡Claro que sí ! Consiguió así que se me atragantaran para toda la vida.
No recuerdo cómo nos enseñaron a leer, quizás fue con la famosa cartilla de «Palau», silaba a silaba. «Mi mamá me ama» «Mi mono me mima».
Décadas después llegó a nuestro sistema educativo «la lectura comprensiva» Mis hijos así aprendieron. Salían de la escuela contentos con sus bonitas «cartas» en las que hilaban sus primeras frases: Hola ama. Te quiero mucho. Pablo o Daniel. Y ya estaba.
De repente sabían leer y escribir sin haber silabeado los mimos del mono ni repetido aburridas páginas de caligrafía. ¡Los tiempos modernos!
Dominadas Lectura y Escritura te administraban la Enciclopedia Álvarez que ahora cuando la repaso me admira (éste no sería el verbo) por su pobreza en los textos, en las imágenes, en el color y sin embargo para nosotras era el mejor compendio del conocimiento. Allí leíamos por primera vez la historia del ciego del Lazarillo, o alguna
sapientísima fábula del aburrido Samaniego.
A los 10 años, en 1º de Bachiller comprábamos ya libros diferenciados para cada asignatura. Comprar, forrar, etiquetar. Forrábamos con un grueso papel azul oscuro. Nada de carpetas bonitamente decoradas, ni estuches con todo tipo de lápices de colores y demás. Éste te lo echaban los Reyes.
Nuestras armas eran:lápiz, goma , sacapuntas y pinturas Alpino. ¡Ah! la regla y cuando llegaba 3º para el Dibujo lineal nos compraban el compás y el tiralíneas. Eso era otro cantar.
Así hasta Preu, cada año la misma liturgia.
En la Uni ya no eran libros sino tomazos que podías decidirte a comprar en la Librería Gómez o si resultaban muy caros consultarlos en la Biblioteca.
Recuerdo cómo había que pelear para poder consultar el Summa Artis. En estos tiempos del «power point» y «todo lo veo en Google» me maravilla cómo ,por poner un ejemplo, estudiábamos la técnica de los paños mojados de Fidias observando detenidamente las fotos en blanco y negro de las figuras de Partenón. Y lo aprendíamos. ¡ Qué tesón !
Mediante clases particulares y el nettoyage de los veranos en París ahorrabas para comprar los libros de texto. Tanto esfuerzo costaban, tanto los valorabas. Así me explico que aún conservo los Diccionarios de Latín y Griego, Antologías de La Ilíada, el Gourou Papy de Geografía o la Historia del Arte de García Iñiguez.
Así que cuando puedo me doy el gustazo de coger el estuche con lápiz, goma y bolis , la Antología de la Iliada y el Diccionario de griego. Los meto en el bolso y marcho al Koldo, Traduzco griego como si fuera una esforzada alumna del Príncipe de Viana.
Sólo soy Maite, 64 años, disfrutando con los libros de ayer y siempre