Desde que en los albores de setiembre se anuncia el otoño fluye por mi sangre el deseo de tricotar.
Pienso posibles modelos, veo lanas, cada día más bonitas, hasta que por fin me decido, compro los ovillos y manos a la obra.
Nunca tricoto para mí sino para mis familiares o amigos que con paciencia ven mis diseños, se dejan tomar medidas y ante la obra terminada sonrien agradecidos, sea cual sea el resultado de mi trabajo. Puede que el jersey quede corto o las mangas muy largas. Vamos que en esto tampoco soy perfecta.
Hacer punto es algo que también está escondido en los rincones de mi infancia.
Ahora recuerdo.
Se hacía punto entonces no por hobby, como hago yo ahora, sino por necesidad.
La yaya hacía mucho punto pero no se pasaba como yo las tardes eligiendo lanas a cada cual más cara y bonita en la Casa de las Labores. Ella reciclaba.
Por ejemplo un jersey del papa que éste ya no usaba ella lo deshacía. Para este menester me necesitaba. Según lo iba soltando, en la cocina por supuesto, me colocaba a mí de pie con los brazos abiertos e iba colocando alrededor de ellos la lana que así formaba la madeja. Luego de esta madeja comenzaba a hacer los ovillos. Yo no me cansaba, al contrario, disfrutaba y observaba atentamente los distintos pasos del proceso.
Una vez obtenidos los ovillos comenzaba ya a tricotar un jersey para Iñaki o Patxi y la yaya sabía hacerlo sin estar como yo ahora consultando en la revista cuántos puntos de aumento o cuántos de mengua.
Claro, el resultado era un jersey abrigado, eso sí, nunca tan caprichoso como los que yo hago ahora, que son bonitos más que por mi buen hacer por la calidad y colorido de las lanas actuales.
Yo enseguida quise practicar y la yaya con paciencia y lanas viejas me inició en el manejo de las agujas. No era fácil para una niña, pero lo logré y así empecé a hacer bufandas de punto bobo para las muñecas y cosas así.
A mí en realidad la fiebre «tricotadora» no me apareció hasta la Universidad, en mis tiempos «hippilondios». Bajaba a la Uni con mi gran capazo lleno de libros y junto a ellos el ovillo de lana y las agujas o el ganchillo. Lo primero que me hice fue un chal negro, que entonces se llevaban mucho, cuando vestíamos con blusones y largas faldas indias.
Allá acomodadas en el campus de la opusiana Universidad de Navarra, allí estábamos nosotras, las Maites y Loli tricotando nuestros chales,
Otras hacían «labores» al parecer más eficaces como ligar con «los ricos» estudiantes árabes o suraméricanos de Artes Liberales.
En mi último curso de Universidad nació Paula y su llegada sí que estimuló mis ganas de tejer y encima me aparecieron las de coser.
Con Paula estuve muy laboriosa, ya no eran sólo chaquetas, gorros y demás sino que también le cosía vestidos con nido de abeja. Recuerdo especialmente un vestido de cuadros verdes con nido de abeja rojo que quedo precioso y yo con la misma tela me hice otro igual. Bueno, de coser escribiré otro día.
Luego pasé a Iñaki y Patxi a quienes confeccioné unos jerseys marrones con greca en el pecho muy bonitos.Para mí, excepto aquel chal nunca hice nada porque como soy tan calurosa la lana me ahoga.
Bueno sí, ya en San Sebastián me hice una chaqueta con toda una greca de jacquard que era una obra de arte.
Con la llegada de mis niños ya me solté la melena. Nada más saber de mi primer embarazo me puse a tricotar una mantita multicolor a punto de arroz . Quedó muy bonita aunque como en el embarazo estaba tan pánfila casi nace Pablo y yo con la mantita sin acabar.
Cuando Pablo tenía unos dos años le hice un jersey muy gracioso con un cocodrilo verde enorme. También le hice un conjunto de jersey y gorro en azul y blanco. Todos los modelos los heredó Dani y algunos los guardo, por si tengo nietos.
Me pregunto yo ahora cómo sacaba tiempo para atender dos niños, el trabajo, la casa y encima andar contando puntos en una labor que exigía bastante atención. Pues sí, podía. Descubría que la cabeza se me relajaba y mientras contaba puntos no recontaba otros problemas.
Ahora ya jubilada vuelvo a tricotar. No hay quién se libre de mis creaciones, desde Aitana a Dani o Paula. Disfruto eligiendo el modelo, escogiendo las lanas y luego mientras escucho la radio o veo la tele, que me interesa tan poco, vuelta a vuelta a la labor y mi cabeza vuela con pensamientos positivos y cuando tricoto no fumo.
Ay madre mía cuánto voy a tener que tricotar si quiero dejar de fumar.