El cartapacio de la yaya y la caligrafía

Esta pluma Lamy con la que ahora escribo y cuyo cartucho de tinta cambio a menudo debido a lo mucho que la uso nada tiene que ver con los artilugios que utilizaba cuando me inicié en la escritura a tinta . En Párvulos escribíamos en una pizarra con un «pizarrín» blanco que llamábamos «de manteca». Posteriormente pasábamos al lápiz y por fin a la pluma. Nada se sabía del bolígrafo. images_011 Aquellos pupitres de madera incorporaban un recipiente en el que vertíamos la tinta y donde mojábamos el tajo o plumilla que previamente habíamos incorporado al mango de la pluma. Todo un arte al que añadíamos el secante y el temor constante de que cayera un borrón. OLYMPUS DIGITAL CAMERA La clase de Caligrafía era tan importante como la de Matemáticas o la de Gramática así que armadas de nuestra correspondiente pluma y el secante sacábamos nuestros cuadernos de caligrafía, de tapas verdes y numerados de menor a mayor dificultad y sobre una página perfectamente escrita en caligrafía inglesa o redondilla superponíamos la hoja de calco e íbamos calcando, despacito, una y otra vez, hasta que nos quedara «perfecta» .

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La pluma estilográfica llegaba o no llegaba. Normalmente te la regalaban cuando hacías la Comunión y ya te podías olvidar del tajo y la plumilla. Hacia los 7 años cuando mi caligrafía llegó a ser aceptable pasé a ser «la escribiente» de las cartas de la yaya, lo cual quería decir que cuando ella sacaba un gran cartapacio en cuyo interior guardaba el papel de cartas y colocaba sobre la mesa los tinteros de cristal tallado había quedado abierta la estafeta de correos. índice La yaya escribía a sus parientes, hermanos, sobrinos y demás y me dictaba lo que tenía que escribir. Bueno. el inicio era siempre el mismo y me lo sabía de memoria:

Querida familia:

Espero que al recibo de la presente estéis bien, nosotros bien gracias a Dios

Y ya empezaba a dictar hasta llegar al final que también se repetía : Sin más que deciros se despide ésta que mucho os quiere vuestra hermana                                                                              Teresa Luego venía el sobre que se me hacía muy difícil por tener que calcular los espacios y la faena se remataba echando la carta al buzón, a ser posible en la boca del León de Correos en el Paseo Valencia.

Cartas, muchas cartas, cartas de pésame con el ribete negro, cartas de felicitación, postales de viaje sin sobre., cartas de amor con huella de beso incluida. Entonces sin teléfono ni fijo ni móvil, sin mail, la carta era la manera de comunicación. Tardaban en llegar almacenadas en aquella gran bandolera de piel que llevaba el Cartero. Cuando la comunicación tenía que ser rápida se enviaba. el telegrama que siempre traía malas o preocupantes noticias

Lectura y clases de labor

Ahora que paso horas y horas sumergida en la lectura de novelas que busco con interés en Las Bibliotecas públicas, en el Koldo Mitxelena preferentemente; novelas bien elegidas con las que me evado totalmente y me llevan hoy al recuerdo de mis orígenes lectores.

En el cole de las monjas teníamos clases de Labor que en principio consistían en coser en un «pañito» de tela de batista blanca distintas muestras de vainicas, pespunte, repulgo…Yo no era muy mañosa y cuando le enseñaba a la monja cómo iba mi muestra de tela toda sucia y pegajosa por el sudor de mis manos ella me decía:                                                                17532464IMG_6054

«¡Muy mal! Tú a LEER»
Esto quería decir que mientras las demás cosían yo ponía el «hilo musical» a la clase leyendo en alto- De aquellas lecturas las que más recuerdo son las de la colección Historias y mi favorita era Genoveva de Bravante.4-libros-antiguos-coleccion-historias-bruguera-robin-hood-6277-MLA66263187_4349-O

De esta manera cogí fama de ser buena lectora en alto y cuando en clase de Lengua había que leer los textos de la Antología, osea, Rinconete y Cortadillo o el pasaje del ciego del Lazarillo o las poesías de Fray Luis de León allí estaba yo dispuesta a hacer lo que más me gustaba: LEER

Y me sigue gustando

MARTES TAN TAN

Martes tan tan

Extremar

En el lenguaje de Pamplona de los años 60 y 70 «extremar» significaba hacer la limpieza de la casa. Vine a Donosti en el año 74 y les daba risa el significado que yo le daba a la palabra, lo mismo que se reían cuando para decir «temprano» utilizaba el navarrico «de par de mañana».
A lo que vamos. Sí, en el piso de la calle Olite se «extremaba» pero no con los adminículos y productos que ahora usamos sino con los que entonces adquiríamos en las Droguerías, como el aceite de linaza para la madera, el alcohol de quemar, las ceras , en pastilla o en crema, el Nettol para los dorados.En la mano la bayeta en sus múltiples variedades, para fregar, sacar brillo, limpiar cristales…Luego contábamos con la escoba y diversos cepillos como el de raíz para rascar y rascar y hasta uno muy curioso que te lo colocabas en el pie para encerar los suelos.
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La fregona aún estaba por inventar así que para limpiar los suelos te ponías de rodillas y ale, cubo y bayeta, cubo y bayeta.
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Yo tenía dos cometidos principales en «el extremado» de la casa:
1.- Fregar el suelo de la cocina y el baño, de rodillas, claro y la semana que tocaba también fregaba nuestro tramo de escalera.
2.- Éste era más fino y me lo encomendaba la yaya. Consistía en limpiar los dorados, que entonces había muchos, frotándolos con un producto llamado Nettol hasta que quedaran como el oro, nunca mejor dicho lo del oro.

Me encargaba también de quitar con cuidado el polvo del aparador del comedor y del brillo de los innumerables «titos» de plata o alpaca que allí tenía colocados: juegos de café, bandejas, candelabros.

Cada trimestre encaramada en una banqueta limpiaba las lámparas lagrimita a lagrimita, si es que las tenían, bajo la supervisión de la todopoderosa yaya, siempre muy preocupada por la apariencia y el brillo.

La mamá era completamente distinta, más práctica. Sus tareas primordiales consistían en comprar, guisar,lavar fregar los cacharros, vamos, el pan nuestro de cada día y cumplidas estas tareas pasaba a la que más le gustaba:coser

Lunes tin tin, martes tan ta

Lunes tin tin

Lunes el día de la colada (50 años atrás)

Los lunes eran días de colada. Eso quiere decir que éste era el único día de la semana en que se ponía aquella rudimentaria lavadora cuya única función  era calentar el agua y dar vueltas una hélice, todo lo demás lo hacíamos las tres mujeres de la casa, la yaya, la mamá y yo. Claro que la «Jefa» de colada era la mamá y así se explica lo atareada y sudorosa que se le veía a ella los lunes

El primer paso me correspondía a mí y me encantaba hacerlo, era  «la preparación del jabón.» .  La víspera me colocaba en la mesa de la cocina y con un cuchillo iba raspando el trozo de jabón (Lagarto o Chimbo) para obtener las escamas. Pronto se comercializaron las escamas envasadas y a mí me amolaron la faena.

El lunes ya se sacaba la lavadora que no sé muy bien dónde andaba entre semana, creo que estaba en el balcón. Se llenaba de agua para que se calentase, se vertían las escamas y luego todo el mogollón de sábanas, camisetas y calzoncillos a dar vueltas y vueltas, osea lo que te evitaba esta antiquísima lavadora era el frotar porque pasado el tiempo de lavado se desaguaba en la fregadera  por medio de una goma y entonces venía la faena gorda : escurrir, aclarar, poner en lejía, el azulete y el último escurrido.

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Para estos menesteres contábamos con unos grandes  baldes de zinc que eran muy pesados. En ellos se ponía la ropa en lejía y una vez aclarada ésta,  otra vez al balde con el azulete. Sólo de escribirlo me estoy dando cuenta de que «¡menuda faena!». No me extraña ni que se prolongara a lo largo de toda la mañana de los lunes, ni que la ropa quedase resplandeciente y al tenderla desprendiera aquel olor a ropa limpia. Ninguno de los sofisticados suavizantes que hoy usamos, ni tan siquiera el de ·jabón de Marsella» log ni de lejos consiguen aquella fragancia irrepetible.

El resto de la tarea era más llevadero: tender en el balcón, si llovía meterla bajo el alero, recoger, doblar, planchar.

Así que cuando la tecnología avanzó y llegó a casa la primera lavadora automática, una Otsein, lavar ya fue jauja. Ya no eran sólo los lunes los días de colada. Con la «automática» en cuanto la ropa se amontonaba en el tambor, clic al botón y en marcha la lavadora que aclaraba y centrifugaba y la esforzada mamá y todas las mujeres descansaron sus esforzados brazos y espaldas y sus manos perdieron el olor y las grietas que provocaba la lejía.

Mañana es lunes, haré colada y dedicaré otro cariñoso recuerdo a la mamá.