Mi primer hermano
A juzgar por las abundantes fotos de la época, todas en tamaño pequeño y con los bordes recortados, yo era una niña preciosa de cara de luna, morena y con unos enormes ojos azules. En diversas fotos posan conmigo orgullosos los papás y la yaya. En todas estamos guapos y bien vestidos, supongo que son fotos hechas en domingo cuando se vestían las mejores galas.
Pero, yo era una niña y el papá anhelaba un vástago varón. Se dieron a la labor pero la mamá no se quedaba embarazada. (Esto ella me lo contó cuando yo ya era universitaria y podíamos hablar de estos temas.)
Tan cabezón se puso el papá con su «chico» que la mamá acudió a la Maternidad a la consulta del ginecólogo de aquellos tiempos en Pamplona, el Dr. Alcalde. Le puso un tratamiento, supongo que sería algo hormonal y al poco tiempo quedó embarazada.
¡Y fue chico! Nació en la Maternidad, no como yo que nací en casa. Nació en agosto y único que recuerdo es que en casa le esperaba un precioso moisés vestido de color amarillo.
Yo llevaba encima 5 años de mimos de «hija única» así que a la fuerza tuve que ser una «princesa destronada» aunque no tengo ningún recuerdo de rabietas o celos y ahora ya no tengo a quién preguntar sobre mis reacciones ante el nuevo hermanito.
Ya empiezan a aparecer las fotos con mi hermano «moñoñito», perfectamente vestido con su pantaloncito corto que nunca se le caía porque la mamá, previsora, cosía unos botones en las blusas y unos ojales en los pantalones y así se sujetaban.
De pequeño fue un niño delicado para las comidas. La mamá le preparaba unas papillas de harina tostada que a mí me volvían loca pero que él no las quería ni probar. El pescado le producía alergia, probaron con las croquetas, eso sí le iba bien. Vaya con el mimadito.
Bueno, pues ya eramos dos, dos a la Media Luna, dos al cole, dos a casa de los amigos que tenían tele, para ver los domingos Rintintin.
Fue un niño sonriente y tranquilo, eso sí, pero el rigor de las desdichas. Todo le pasaba a él. El suceso más notable fue el de la motocicleta. El papá la había traído de alguno de sus viajes y tuvo la feliz idea de llevarnos al río a los dos montados en la moto. Supongo que iríamos a Oricain o a Arre. Nos montamos los tres, mi hermano en medio con las piernas levantadas. En el viaje de ida no hubo problemas pero en el de vuelta se descuidó y metió la pierna en los radios de la rueda. ¡ Qué avería! Ahí estamos los tres sentados en un banco de «los Jardinicos» no sabiendo si ir derechos a la Cruz Roja o a dar la noticia a la mamá.
Pronto mi hermano tuvo su amigo del alma en la escalera, juntos a los Escolapios, juntos a la Media Luna, inseparables hasta la adolescencia en que sus rumbos se distanciaron.
Nota: incorporo hoy estas fotos de mi «hermanito» meses después de la publicación de esta entrada y viéndolas me digo:
– ¡Nada tiene de raro que mi hermanito me destronara siendo él tan moñoñito !