Era preceptivo los domingos ir a Misa de 12 con los papás.
Ir a Misa significaba » ponerse guapos » y a mi para empezar el día, digamos que me bañaban.
Este baño no era en la bañera metálica pintada de blanco y con patas como pezuñas.
La bañera solia estar ocupada por los geranios de la yaya, o telas en remojo. Aquella bañera, salvo en muy raras ocasiones, no se utilizaba para bañarse. Más vale que llegó la ducha.
Me metían de patas en un barreño en la fregadera. Sí, en uno de aquellos barreños de zinc multiusos, que lo mismo alojaban la ropa en lejía de los lunes que a la Maite a remojo de los domingos.
Lo llenaban de agua templada, me ponía de pie y la mamá frotaba y frotaba, sobre todo las rodillas, sucias sí, pero también llenas de pastillas y arañazos.
Acabado el frotado me sentaba. Una de dos, o el barreño era muy grande o yo muy pequeña. Más bien creo lo segundo.
A continuación se pasaba al lavado de cabeza, también en el barreño. Aún recuerdo aquel champú en cápsula individual, negro, era el de » Brea «. También había cápsulas de » huevo».
¿Suavizantes? ¿Champú que no pica?. Pero de qué me estáis hablando. Estamos en los años 50. Si había algún aditivo era el vinagre que decían daba brillo sí y también olor a aceitunilla.
Allí había un consumo adecuado del agua. En un barreño iba todo. Nada de horas y horas bajo la ducha.
A continuación te ponias alguno de los bonitos vestidos que me cosia la mamá, calcetines blancos y con suerte unos zapatos negros de charol.
¡ Campañas! ¡Campanas!
A Misa. ¡Qué aburrimiento!
Me entretengo observando cómo el monaguillo enciende las velas y al final cómo las apaga con un capuchón y queda en el aire un olor característico que te pica la nariz.
Me aburro. Me miró lozapatos, sobre todo si son de brillante charol y mientras espero el final observó el Sagrario dorado, los confesionarios que ya de por sí dan miedo.
¡Al fin! Ítem Misa est. Deo gratias. A la calle.
Después a la Librería Amaya. El papá compraTebeos. Para mi los de Hadas, para él Hazañas Bélicas y para la mamá alguna novela de la Biblioteca Chicas, ósea de amor.
Seguia el vermut. Para mí las aceitunas ensartadas en un palillo.
La mamá siempre muy guapa. El papá alto, muy alto. Yo me agarraba de su brazo y le decía que era su novia y me casaría con él.
¡Eran tan jóvenes ! Si yo tenía 6 años por ejemplo, ellos 29.
¡Unos chavales con la vida por delante!