A los 10 años superé sin problema el examen de ingreso en el colegio, el que estaba junto a la Media Luna, el Santo Ángel . Para celebrar tan extraordinario acontecimiento me mandaron un mes del verano a Madrid a casa de la abuela Asunción y la tía.
Lo extraordinario de este viaje fue que el medio de transporte resultó ser el camión, sí, aquel Man gris con el que el papá viajaba por toda España.
Allí iba yo, carretera de Soria adelante, avanzando el camión por una estrecha carretera delimitada a los lados por una fila de árboles con el tronco blanqueado. Sentía que me iba comiendo la carretera allí encaramada en medio de la cabina entre el papá, que iba al volante, y su compañero de viaje que ocupaba el asiento del copiloto. .
El viaje tenía su dosis de emoción. Cuando el papá gritaba alarmado: ¡ la Guardia Civil ! yo tenía que deslizarme hacia abajo para esconderme, porque estaba claro que les iban a echar el alto y seguro que una multa si me veían allí sentada.
Recuerdo muy bien el viaje de ida, se conoce que para la vuelta ya estaba acostumbrada a todo: al volante y la luna delantera enormes, a los árboles abriéndome el camino y a los avisos apresurados del papá.
La casa de la abuela en Madrid tampoco era una mansión, sino un pisito en una de las barriadas levantadas en los años 60 a base de construir casas de papel.
Para mí era un mundo nuevo, sobre todo el cuarto de costura de mi tía con sus sillas bajas de enea donde ellas cosían y cosían. La habitación estaba llena de telas, hilos y alfileres que yo me divertía en recoger del suelo con un imán. Lo que yo no jugaría con aquel imán.
Salíamos al centro, a Ventas, a la calle Alcalá con aquel novio de mi tía que nos llevaba a cafeterías elegantes, a comer canapés (primera vez que los comía) y a las Mantequerías Leonesas donde comprábamos caprichitos.
Fui habituándome a la vida veraniega del barrio de Simancas, a ir a comprar churros y porras que te vendían ensartados en una caña, a salir con la fresca a las terrazas a tomar cañas (yo helados claro), a ir a comprar el pan que llamaban “pistolas».
Volví muchas veces a Madrid ya en el Ter generalmente pero ningún viaje tan emocionante como aquel primero en camión.