En la escalera de la calle Olite no había ascensor. Eran 5 plantas, nosotros vivíamos en el 3º
Los lazos de vecindad eran muy estrechos sobre todo entre las mujeres y los niños.
En aquellos tiempos las mujeres bajaban al portal a comprar el pan, la leche y su parloteo era constante.
La mamá a media mañana cogía la cesta de la compra y salía hacia el Mercado Nuevo, el de la calle Amaya. La yaya siempre le decía: “Mari, no tardes mucho” pero la mamá siempre tardaba demasiado, en opinión de la yaya.Porque allí iba ella en busca de borrajas, huevos, atún o lo que fuese pero en cada puesto unas palabras de puesta al día, entre compra y compra el encuentro con una amiga. Diariamente claro, porque entonces no había supermercados, ni frigoríficos. No se podía acumular comida en casa donde el único sitio para conservar los alimentos era “la fresquera”.
Cuando ya fui un poco mayorcita, unos 10 años, si no había clase era yo la que iba a la compra. Me encantaba comprar el aceite a granel que lo hacían caer en la botella de vidrio mediante un émbolo. En el puesto de las aceitunas la mamá me dejaba comprarme una peseta de las de “ajillo” y yo tan contenta y al volver con el monedero bien apretado entre las manos pudiera ser que me diera propina o a veces yo sisaba un poco.
Pero volviendo a la escalera, la mamá era amiga de todas las vecinas pro sobre todo de la vecina del 5º cuyo hijo, que murió hace dos años, era el mejor amigo de mi hermano el mayor.
No vivían en la escalera chicas de mi edad, eran más pequeñas.
Los pisos tenían un balcón al patio de manzana al que se accedía desde la cocina y otro a la calle Olite que estaba en la habitación de los papás.
Recuerdo cómo pasaba muchos ratos mirando por la ventana de la cocina la caída impetuosa de la lluvia que formaba palomitas sobre los grandes charcos del patio.
El balcón siempre estaba ocupado por baldes de ropa a remojo, o en azulete o en lejía. Además la ropa tendida, los geranios de la yaya que cuidaba amorosamente. Había también un armario con vajilla : tacitas de café, de chocolate, vasitos de licor, a nosotros nos encantaba abrir el armario y jugar con ellos , sobre todo a mis hermanos que colocaban dos bancos delante del armario y se montaban un bar un bar y jugaban a “camareros».
Cuando daba el sol era muy agradable sentarse en el balcón y ese fue mi primer secador de pelo, al sol en el balcón.
El balcón a la calle Olite era otra historia. Allí nos asomábamos la mamá y yo a observar la vida de la calle: la entrada a Misa de San Francisco, las procesiones, la entrada a los toros en San Fermines y muchas veces desde este balcón la mamá controlaba que los chicos no riñeran camino de los Escolapios.
Cuando vuelvo a Pamplona siempre paso por la calle Olite. El edificio está igual, sólo han rehabilitado la fachada. Lo miro sin nostalgia pero siempre pienso cuánta vida albergó aquel pequeño piso.