La Navidad de mi infancia se resume en Estampas fijas.
Estampa 1.- NOCHEBUENA
En la cocina de la calle Olite la yaya, la mamá y yo. Se escucha la radio, en la emisora en que emiten «»Matilde, Perico y Periquín» hoy suenan sin parar villancicos.
Yo permanezco sentada en un banco observando el ajetreo.
En la cocina de leña la yaya se afana en la chapa aderezando el cardo (que recibía de Peralta) y una sopa que ella llamaba «»la sopa cana».
La mamá prepara en el horno dos posibles platos: o el pollo asado o el besugo aderezado al estilo madrileño, eso decía ella. Colocaba el besugo sobre un lecho de patatas luego le hacía unas incisiones en las que colocaba rodajitas de limón.¡Qué cosa más rica! Yo prefería el besugo.
Los dulces solían ser guirlaches y mazapanes de Soto, piñones y peladillas..
Las copas, anís o moscatel para las mujeres y coñac para el papá.
Nada de vinos de aguja, ni vinos de aguja, ni champanes de marca, ni Cointreau, ni Baileys. Nada de nada.
El verdadero protagonista de esta estampa es el que no está en estos momentos en la cocina, EL PAPA.
Pobre papá, por las carreteras con el camión. La radio anuncia nevadas en la Meseta. La mamá tuerce el gesto. ¿Cuándo llegará? ¿Habrá tenido avería? ¿Habrán cerrado el puerto?
Hasta el ultimísimo momento no se desvelaba el misterio.De repente se abría la puerta de la caldeada cocina y con el aire helador del pasillo entraba la enorme figura del papá, abrigado con su chaqueta de cuero y siempre con algo entre las manos: unas mantecadas de Soria o unas yemas.
Y ya juntos cenábamos contentos en Nochebuena, cuando como ya he dicho antes no había nada de nada. Ni televisión, ni espumillones, ni Papa Noel. Lo que sí había es cariño e ilusión.