En cuanto llego a Pamplona mi mayor ilusión es dar un paseo por la Media Luna, el lugar de los juegos de mi infancia.
La Media Luna es un amplio parque cuya barandilla se asoma al río Arga y desde ella se divisa el discurrir de las aguas, las Pasarelas. la Madalena, la Rochapea.En aquellos tiempos veíamos también las huertas que suministraban las verduras a los Mercados de Pamplona.
Pasear por la Media Luna en invierno con sus innumerables bancos blancos vacíos, los estanques descuidados, los árboles desnudos,el suelo embarrado, no me impide recordar y volver a aquel parque de mi niñez al que íbamos desde que empezaba el buen tiempo y todas las tardes de verano hasta el anochecer cuando nos entreteníamos observando las luciérnagas, ¡ Había luciérnagas !
La mayoría de abuelas del barrio nos llevaban a este parque, generalmente a la zona donde está el monumento a Sarasate, justo al lado de la pista de patinaje.
Ésta era la zona más soleada en donde ellas, sentadas, hacían punto, ganchillo o cualquier otra labor hablando sin parar; mientras tanto nosotros jugábamos a «tres navíos en la mar», al escondite o al marro, chicos y chicas, o bien las chicas solas saltábamos a la cuerda o botábamos la pelota.. De vez en cuando la yaya, la señora Francisca y las demás se acordaban de nosotros y nos gritaban: ¡No os mojéis!¡No os manchéis¡ !Venid a por la merienda¡
El más trasto de todos era mi hermano pequeño, buena pieza, que les sacaba a las abuelas los puntos de las agujas o metía la cabeza entre los barrotes de la barandilla y luego no la podía sacar.
En teoría se podía patinar o andar en bici pero casi nadie tenía esos adelantos. Sólo contábamos con pelotas, cuerdas para saltar, pedruscos para jugar a la china y cromos. Los chicos, claro, balones. Nosotros teníamos en «Los Jardinicos» unos amigos que tenían bici y de vez en cuando nos dejaban dar una vuelta a la manzana con ella..
También jugábamos a esconder tesoros. El tesoro consistía en un papel brillante de plata o de celofán, de los que envolvían los caramelos y sobre él colocábamos un trozo de cristal para enterrar «el tesoro» junto a alguno de los árboles. El objetivo del juego es que los demás no descubrieran tu tesoro por lo que procurábamos ocultarlo bien.
Nos gustaba también hacer incursiones por los jardines de los chalets colindantes y cogíamos manzanicas de pastor y «tapaculos» (Hoy sé que los dichosos «tapaculos» son el fruto de la muy valorada rosa mosqueta).
Respecto a las flores sólo cogíamos margaritas silvestres con las que formábamos ramitos que se pochaban en seguida. Las más odiadas eran unas margaritas grandes amarillas que llamábamos «meacamas» porque se decía que si las tocabas a la noche te meabas en la cama.
Al ir cumpliendo años venían ya las transgresiones y comenzábamos a rondar por las zonas prohibidas prohibidísimas a las que ninguno debíamos ir, por ejemplo las Pasarelas.
Las Pasarelas son unas grandes piedras colocadas en el lecho del río Arga que permiten atravesarlo para llegar a la Rochapea. Me emocioné muchísimo cuando vi muchísimos años después que Montxo Armendariz había rodado una de las escenas más emotivas de su película «Secretos del corazón» en las Pasarelas y no me extrañó la elección del lugar porque en nuestra niñez uno de los ritos de iniciación era cruzar corriendo las Pasarelas. A mi me costó bastante porque era un poco miedica pero al final alguien me animó y las cruce.
Superada la etapa infantil ya comenzábamos a acudir a la Media Luna las chicas solas, sin abuelas. A la salida del cole nos reuníamos en este parque para fumar en comandita nuestros primeros cigarrillos de las marcas Lark o LM que entonces nos parecían lo más de lo más. Nos colocábamos estrategicamente en algún banco desde el que se pudiera observar a las parejas «dándose el lote». El lote entonces eran unos besos y algunos achuchones como mucho, Nada más.
El siguiente paso es que dieras por la Media Luna un paseo con alguno de los chicos con los que tonteábamos. Entonces podía pasar que el chico te diera la mano o te enredara en el pelo. ¿Besos? Entonces no recuerdo.
Yo también tuve mi enamorado en la Media Luna, iba a los Maristas y me llamaba «la Coletas». Era un chico muy simpático que me gustó durante un tiempo.
Y ahí terminaban nuestras aventuras en la Media Luna. Posteriormente se abrió un bar con terraza que funcionaba en verano. Ya eramos «mayores» y nos sentábamos a tomar Coca Cola y patatas fritas y ya nos molestaban los chillidos de los juegos infantiles.
Nota: En los estanque de la Media Luna había peces, algunos de color salmón y si el agua estaba limpia los veías nadar de un lado a otro.
Algunos inviernos, pocos, los estanques se helaban y era emocionantísimo deslizarse sobre su superficie.